La Carta de los oligarcas [2]

Timothy Kuhner

Capitalismo y Democracia

Traducción: viento sur. 24 octubre 2020. Viento Sur: “Los contenidos de texto, audio e imagen de esta web están bajo una licencia de Creative Commons”.

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“A pesar del sufragio universal, se ha permitido que la aristocracia de riqueza domine a la humanidad.”

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La Carta del Pueblo contra la Carta de la oligarquía

Entre la caída del muro de Berlín y comienzos de la década de 2000, la proporción de países que celebran elecciones libres pasó de apenas el 33 % a un robusto 66 %. Sin embargo, como ha señalado una encuesta académica, “aportaciones económicas increíblemente cuantiosas… han inundado el mundo de la política en la mayoría de continentes”. Incluso la Agencia de Desarrollo Internacional de EE UU se quejó, concluyendo en 2003 que “la devolución de las deudas de campaña en forma de favores políticos genera un tipo de corrupción que solemos observar en el mundo entero”. De las 118 democracias que examinó, en el 65 % no había prácticamente ninguna transparencia política, o esta era muy deficiente. El caso es que el comercio, la industria y el capital financiero no han sido destruidos por la democracia, sino que se han infiltrado en la democracia.

El análisis estadístico de 2014 de Martin Gilens y Benjamin Page muestra qué sucede cuando la democracia se convierte en otra pasarela para el lucimiento de la riqueza: “Los grupos de interés con base de masas y la ciudadanía corriente no tienen ninguna influencia independiente, o la tienen muy escasa”, mientras que “las élites económicas y grupos organizados que representan los intereses de las empresas ejercen una influencia independiente sustancial en la política del gobierno estadounidense”. Señalan varias causas de semejante desigualdad política extrema, incluidos los sesgos a favor de los ricos en la financiación de campañas, los grupos de presión y las puertas giratorias entre el empleo público y privado.

Varias organizaciones han abundado en el carácter generalizado de estos hallazgos. El Proyecto de Integridad Electoral (EIP) observa que “las elecciones son necesarias para las democracias liberales, pero no son ni mucho menos suficientes [para] facilitar la rendición de cuentas genuina y la posibilidad de que el público decida”. Los informes de 2019 y 2016 del EIP destacan el periodo de las campañas electorales como el más vulnerable, ya que “la financiación de las campañas no cumple las normas internacionales en dos tercios de todas las elecciones”. Asimismo, el informe de 2019 de Transparency International denuncia una crisis internacional de la “integridad política”, recordando a los gobiernos de todo el mundo que “las políticas gubernamentales y los recursos públicos no deben estar condicionados por el poder económico”.

En todas partes dicen a la ciudadanía que sus derechos están garantizados. No obstante, en realidad la Carta del Pueblo ha sido destripada por la Carta de los oligarcas.

Desigualdad y despotismo

Las disposiciones de la Carta de los oligarcas varían de un país a otro, pero suelen mostrar el siguiente contenido:

  • Partidos políticos y campañas financiadas mediante donaciones privadas, que en muchos casos incluyen donaciones de empresas y préstamos de acreedores privados; o subvenciones públicas que desfavorecen a los partidos y adversarios menores.
  • Propaganda política y grupos de interés financiados por donantes privados, empresas y grupos de interés.
  • Ausencia de normas éticas y de toda regulación de los conflictos de intereses para los cargos políticos, o en todo caso, que sean no vinculantes o no se apliquen.
  • Ausencia de limitaciones, de transparencia y de códigos de conducta para los grupos de presión, o en todo caso que sean no vinculantes o no se apliquen.
  • Leyes débiles o no aplicadas sobre la financiación política y la lucha contra la corrupción.

Construcción y prominencia de cuestiones políticas distorsionadas por la privatización de los medios de comunicación, los conglomerados empresariales, el robo de datos personales y los algoritmos de las redes sociales, además de los mercenarios de la desinformación al servicio del mejor postor: bots, granjas de trolls, piratas informáticos, artistas de la ultrafalsificación y empresarios de noticias falsas. La mayoría de estas exigencias se formularon como receta procedimental para el neoliberalismo, que consiguió la desindicalización, la desregulación, la mercantilización, la privatización, los paraísos fiscales, el apoyo público a las empresas, exenciones tributarias a las empresas y austeridad (recortes en educación, sanidad, vivienda, mitigación de la pobreza y pensiones). En este panorama debilitado, la Carta de los oligarcas sigue operando con consecuencias desastrosas.

El informe de 2019 de Freedom House, “Democracia en retirada”, documenta el 13º año consecutivo de declive democrático global. La creciente desigualdad, la corrupción y la precariedad han sentado las bases de un contragolpe cultural en todo el mundo, provocado por populistas intolerantes y autoritarios. Para describir las actuales violaciones del Estado de derecho y de los derechos humanos con palabras del periodo cartista: en medio de la confusión puede surgir un fuerte despotismo, y alguna mano dura puede ofrecer protección a los miserables despojos de toda esa prosperidad y gloria. Pero esta fue la previsión más optimista de Macaulay de lo que comportaría la destrucción de la propiedad privada.

El efecto más grave de la Carta de los oligarcas lo expuso muy bien Greta Thunberg en su discurso en la Cumbre del Clima de Naciones Unidas en 2019: “Mueren personas. Ecosistemas enteros colapsan. Nos hallamos en el comienzo de una extinción masiva, y ustedes no hacen más que hablar de dinero y contar cuentos de hadas sobre el eterno crecimiento económico”. Y para calificar la catástrofe en ciernes de temperaturas inestables, escasez de alimentos, guerras por los recursos y migraciones masivas con palabras del periodo cartista: “¡Un vasto expolio!… la mayor calamidad… millones de seres humanos… luchan por la mera subsistencia… destrozándose unos a otros hasta que la hambruna y la pestilencia… conviertan la terrible conmoción en una quietud aún más terrible”. Pero esta fue la predicción de Macaulay de las consecuencias que tendría un reparto equitativo de la propiedad.

Macaulay no podía imaginar que, al final, el reparto desigual de la propiedad que él tanto ensalzaba pudiera conducir al despotismo y el saqueo del mundo natural.

¿Se puede perfeccionar la democracia?

La relación entre la Carta de los oligarcas y el cambio climático nos lleva al meollo de la cuestión. Por mucho que la ciencia lleve diciéndolo con toda claridad desde hace más de 30 años, Thunberg supone que los gobiernos no son conscientes de la gravedad de la catástrofe climática: “Si de veras comprendieran la situación y a pesar de ello no actuaran, entonces serían ustedes malvados. Y esto me niego a pensarlo”. Pero tendrá que pensarlo, como todos nosotros. Las compañías petroleras y gasistas se han gastado cientos de millones de dólares en presionar “para controlar, aplazar o bloquear toda política vinculante de defensa del clima”. Transparency International ha asociado la deforestación ilegal y los fondos dedicados a desbaratar las medidas climáticas con múltiples formas de corrupción. Y los intereses asociados a los combustibles fósiles han financiado generosamente el movimiento negacionista del cambio climático, a pesar de conocer la verdad.

Una avaricia tan extrema que prefiere el apocalipsis a una disminución de los beneficios: este es el punto crítico al que hemos llegado como civilización, es decir, no hemos alcanzado la civilización, sino la barbarie. Y a su manera retrógrada, Macaulay también predijo esto: “Cuando la propiedad está en entredicho, ningún clima, por benigno que sea, ninguna tierra, por fértil que sea… podrán evitar que una nación se hunda en la barbarie”. Este pensamiento todavía se aplica a algunas revoluciones violentas, intentos de socialismo puro y Estados fallidos, pero ninguno de estos son la fuerza motriz de nuestro momento histórico.

Cuando la propiedad privada se ha acumulado en manos de unos pocos y se ha permitido que ejerza una influencia indebida en los sistemas políticos, la codicia determina la evolución de la economía, la política e incluso el clima. Esta codicia no es accidental ni inevitable, sino el resultado de amplias vulnerabilidades sistemáticas de la forma democrática. A pesar del sufragio universal, se ha permitido que la aristocracia de riqueza domine a la humanidad.

Los niveles extremos de desigualdad económica, desigualdad política y destrucción medioambiental ya ha determinado la configuración del siglo XXI. Estas son las consecuencias de no haber perfeccionado la democracia. Los numerosos países del mundo tendrán que rescindir la Carta de los oligarcas y crear una democracia real, o enviar a la tumba el orden liberal y el mundo natural.

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