Fuente: Traducción, puente entre mundos. (El Correo de la UNESCO, Abril-junio 2022.)

Entrevista realizada por Agnès Bardon / Barbara Cassin: “Hay que resistirse a la globalización de las lenguas” /  ISSN 2220-2307 • e-ISSN 2220-2315 – licensed under:  Attribution-ShareAlike 3.0 IGO (CC-BY-SA 3.0 IGO)

 

Cada lengua lleva consigo una visión singular del mundo, explica la filósofa francesa Barbara Cassin, que define la traducción como un saber para lidiar con las diferencias.

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Barbara Cassin: “Hay que resistirse a la globalización de las lenguas”
Entrevista realizada por Agnès Bardon. UNESCO.

 

Barbara Cassin. Filóloga, helenista y filósofa, miembro de la Academia Francesa e iniciadora de la Red Internacional de Mujeres Filósofas patrocinada por la UNESCO, Barbara Cassin ha publicado numerosas obras entre las que se encuentra Elogio de la traducción, publicado en 2016. Además, dirigió el Diccionario de los intraducibles, publicado en 2004.

 

Una pregunta de definición para empezar, ¿qué es traducir?

Traducir significa conducir a través de algo, pasar de una lengua a otra. La exposición que organicé en 2016 en el Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo de Marsella, titulada Après Babel, traduire  (Después de Babel, traducir), comenzaba con las diferentes formas de decir “traducir”. El término viene del latín: traducere, no del griego antiguo, que no tenía equivalente y utilizaba otra palabra: hermêneuein, que significa “interpretar”. En árabe, la palabra traducir también significa interpretar. En chino, los textos antiguos se refieren a la traducción como la acción de darle la vuelta a una seda bordada: la parte inferior no es como la superior y, sin embargo, son lo mismo. Me parece una metáfora preciosa. Traducir es convertir una cosa en otra, siendo ambas tan cercanas que, como decía el escritor argentino Jorge Luis Borges, el texto original es el que intenta parecerse a la traducción.

Cada lengua tiene su propia fuerza y consistencia, lo que a veces llamamos su genialidad. Hay que imaginar que en este proceso pasa algo más que un simple cambio de ropa, a diferencia de lo que describe Platón en Crátilo. Se produce un cambio de personalidad. Así que traducir es poner lo ajeno en lo propio y modificar los dos. Es, utilizando una expresión muy bonita del trovador occitano del siglo XII Jaufré Rudel, “el albergue de lo lejano”.

 

¿Se puede pensar en varias lenguas?

Cuando pensamos en una lengua, necesariamente pensamos en varias lenguas, es decir, en comparación con otras. En la antigua Grecia, la traducción no era un problema porque se consideraba que solo había una lengua; el logos era a la vez razón, lenguaje (ratio et oratio, como lo traducían los latinos) y lengua: la lengua griega. Para los griegos, el logos era universal, definía al ser humano. Pero los que no hablaban griego eran “bárbaros”, una onomatopeya como bla-bla-bla que designa al que no se entiende, al que no habla como yo, al que, quizás, no es un ser humano como yo… Para pensar en mi lengua, necesito pensar en otras lenguas. Cuando digo “buenos días”, no digo salam o shalom. A diferencia del árabe y el hebreo, no deseo la paz sino simplemente un buen día. Tampoco deseo, como los antiguos griegos, khaîre, alegría y gozo. No deseo, como los latinos, salve, buena salud. Simplemente doy comienzo al día. De este modo, cada lengua acarrea una visión del mundo.

Pero cada una es, por definición, mestiza: no hay pureza racial lingüística. Las palabras, como los pensamientos, están en constante evolución, se importan, se exportan y se digieren: toda lengua representa un proceso y una energía, no una obra conclusa. Las lenguas nunca dejan de interactuar.

 

Usted dirigió en 2004 el Diccionario de los intraducibles, ¿qué entiende exactamente por intraducible?

Mi interés por lo intraducible surgió de la práctica de traducir a los pensadores presocráticos. Como la sintaxis y la semántica del griego no coinciden con las del francés, siempre hay varias traducciones posibles. El Diccionario de los intraducibles da cuenta de que, incluso en filosofía, hablamos y pensamos con palabras, es decir, con lenguas, y que no existe una universalidad hegemónica. Cuando digo mind en inglés, no acabo de decir Geist en alemán ni tampoco esprit en francés. Si se traduce la obra de Hegel Fenomenología del espíritu por Phenonomenology of the Mind o por Phenonomenology of the Spirit, son dos libros completamente diferentes. Lo intraducible no es lo equívoco. Ciertamente, en el Diccionario de los intraducibles, muchos términos son equívocos en una lengua con respecto a otra. Por ejemplo, la palabra pravda en ruso no solo significa “verdad”, sino, ante todo, “justicia”. Hay otra palabra para designar la verdad como exactitud: istina. Así que, en ruso, nuestra palabra “verdad” es equívoca. Siempre es con respecto a un punto de vista. La homonimia es una de las dificultades más significativas de la traducción.

Lo que me interesa es la discrepancia entre las lenguas, su falta de superposición semántica, pero también sintáctica y gramatical. Lo intraducible no es lo que no traducimos -podemos traducirlo todo- sino lo que no dejamos de (no) traducir. La traducción es un movimiento. El filósofo Wilhelm von Humboldt dijo que nunca había encontrado el lenguaje, sino solo las lenguas – un “panteón”, no una iglesia…

 

Traducir también es elegir. Traducimos unos textos en vez de otros, y en algunas lenguas en vez de en otras. ¿La traducción es, por tanto, también un reflejo de las relaciones de dominación?

 La lengua es una cuestión política por excelencia y siempre lo ha sido. El modo en que los griegos pensaban en el logos era evidentemente político, y el Diccionario de los intraducibles se concibe como una máquina de guerra contra dos peligros que amenazan a Europa. El primero es un “nacionalismo” lingüístico que establece una jerarquía entre las lenguas, teniendo al griego y al alemán a la cabeza como lenguas “auténticas”. El segundo peligro es el globish, es decir, el global english, el inglés global, que se supone que es la lengua de todos. Pero hablar no es solo comunicar. El globish es la más pobre de las lenguas, la de las valoraciones y los expedientes. Las lenguas de la cultura, incluido el inglés, que están formadas por autores y obras, escritas u orales, se encuentran en posición de dialectos, reducidas al ámbito doméstico.

Hay que resistir a esta globalización niveladora de las lenguas. Cuando estaba en el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, me negaba a que los investigadores bajo mi responsabilidad escribieran directamente en inglés. Les pedía que escribieran en francés y que mandaran traducir sus trabajos en un buen inglés.

 

La diversidad de las lenguas constituye indiscutiblemente una riqueza, pero ¿cómo logramos tejer algo común a partir de esta diversidad?

Para conseguirlo hay que reflexionar sobre las diferencias. Darmos los medios de comprender lo que no comprendemos. Esta es una de las razones por las que fundamos una asociación llamada Maisons de la sagesse – Traduire (Casas de la Sabiduría – Traducir). Tiene por objetivo elaborar los glosarios de la administración francesa para ayudar a quienes llegan a suelo francés y a los que los reciben. No hay nada más simple que decir el nombre, el apellido y la fecha de nacimiento. Cuando, por ejemplo, un ciudadano de Mali lleva un apellido de guerrero o de cazador, su mujer no puede llevarlo, lo que provoca toda una serie de problemas administrativos. ¿Y cómo dar una fecha de nacimiento cuando se viene de un país que no tiene el mismo calendario? Los problemas a los que se enfrentan los recién llegados están cargados con siglos de administración francesa. Tratamos de explicar esto en los glosarios en los que administramos píldoras de cultura recíprocas. Si la traducción es tan importante es porque se trata de un saber que permite lidiar con las diferencias.

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