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Lecciones de la Bauhaus para el siglo XXI
Ferran Esteve. 22 Octubre 2019.
Fuente : cccb.org
Licencia: Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0 International (CC BY-NC-SA 4.0)
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En una época en la que los referentes del pasado pierden vigencia y autoridad, el legado de la Bauhaus podría ser una excepción. Nacida en los albores de la producción de masas, considerada una de las cunas de la modernidad, fue una institución llamada a romper estructuras, tanto en el campo del diseño y la arquitectura como en el de la enseñanza formal.
El 1 de abril de 1919 nacía en Weimar la Staatliches Bauhaus, la escuela de arte que dio forma al diseño como disciplina profesional. Casi tres lustros de vida en tres ciudades distintas por las que pasaron profesores de la talla de Vassili Kandinski, Paul Klee o Ludwig Mies van der Rohe. La institución se propuso crear formas que respondiesen a los retos de su época, la de una Alemania sumida en la depresión de entreguerras y en plena industrialización. En su seno se ensayaron maneras alternativas de vivir, trabajar y relacionarse, hasta que las autoridades nazis forzaron su cierre en 1933, acusándola de promover el bolchevismo. Más allá de su interés como movimiento estilístico y de la revisión nostálgica del siglo XX, encontramos sus huellas, cien años más tarde, en prácticas culturales propias de la era digital.
Aprender haciendo
El arquitecto Walter Gropius, fundador de la Bauhaus, ilustró el manifiesto de la escuela con un grabado de un edificio nada moderno: una catedral. Durante siglos, las iglesias se habían construido sin herramientas o teorías científicas sofisticadas, gracias a personas que confiaban en la experiencia práctica y la tradición artesanal. De ahí que Gropius las considerase epítome de su visión del arte: una obra colectiva, la unión de todas las profesiones en un mismo proyecto global.
Aunque su orientación fue mutando con el paso del tiempo, el aprendizaje de oficios fue la piedra angular de la pedagogía de la escuela. El programa de la Bauhaus se desarrollaba en tres etapas: 1) un semestre introductorio con lecciones sobre forma y materiales en general; 2) tres años de aprendizaje en un taller, y 3) un período indeterminado aplicando los conocimientos en construcciones.
Desde sus inicios, se establecieron talleres de cerámica, textil, metal, vidrio o pintura mural, entre otros. Solo los alumnos y alumnas que mostraban aptitudes podían formar parte de ellos, donde pasaban a estar a cargo de dos maestros: uno de forma y uno de artesanía. Un sistema de enseñanza dual —no exento de tensiones— que proporcionaba dos mentores a cada artista, desdibujando la figura jerárquica del profesor tradicional y enriqueciendo los trabajos desde el punto de vista artístico y funcional.
La mayor parte del profesorado de la Bauhaus no había sido formado para enseñar, sino que lo componían artistas en activo. Esta propuesta rompía con la idea tradicional de la academia, en la que solo las personas que han sido examinadas están capacitadas para examinar. Para Gropius, las viejas instituciones eran incapaces de formar a artistas. «¿Cómo lo iban a conseguir, si el arte no puede ser enseñado?», escribió. Esta visión herética del conocimiento experto, junto con la del aprendizaje a través de la práctica, eliminaron en gran medida las jerarquías asociadas a la escuela como organización.
El artista Johannes Itten, por ejemplo, permitía que fuesen los propios alumnos los que evaluasen qué trabajos eran los mejores. En algunos talleres no se contaba con medios ni programa formal, por lo que las personas que los formaban tuvieron que encontrar maneras de hacerlos avanzar. Buena prueba de ello fue el taller textil, al que fueron destinadas la mayoría de mujeres al considerarse una labor inherentemente femenina. Las estudiantes eran autodidactas, por lo que algunas de ellas, como Gunta Stölzl, tomaron cursos por su cuenta. Después compartieron lo aprendido con las demás, haciendo posible el progreso de un taller que de otra manera habría desaparecido.
Una artesanía digital
Que una escuela sea multidisciplinar puede parecer común hoy en día, pero en ese momento se trataba de una idea excepcional. Artistas, artesanos y diseñadores fueron empujados a colaborar, encontrando el equilibrio entre el trabajo individual y el de equipo, el arte y la tecnología, la ciencia moderna y el saber tradicional.
Este enfoque de «manos a la obra» y aprendizaje colectivo tiene consonancia con prácticas contemporáneas, surgidas en plena revolución digital. Desde hace décadas, distintas disciplinas reformulan los patrones de la filosofía do it yourself, agrupando a personas con los mismos intereses tanto de forma presencial como en línea. Buen ejemplo de ello son los Fab Lab y el movimiento maker, que establecen centros de fabricación digital en los que diseñar e imprimir objetos, a menudo sin necesidad de conocimiento experto. Muchos de ellos, además, constituyen auténticas comunidades de práctica, en las que los procesos se comparten de manera abierta y las personas aprenden unas de otras, reconociéndose a sí mismas como artesanas, solo que de una técnica actual.
Del mismo modo, las filosofías hacker y del software libre cuestionan quién tiene derecho a producir tecnología, defendiendo una intervención directa en la creación de programas y, por lo tanto, de conocimiento. Algo a lo que el sociólogo Richard Sennett se ha referido como una «artesanía pública». Según el autor estadounidense, el software libre es un ejemplo de cómo construir herramientas útiles para la sociedad a partir del trabajo colectivo: «Esta comunidad», escribe, «está focalizada en conseguir la calidad, en hacer un buen trabajo, algo que es la marca de identidad primordial de la artesanía». Nuevas formas de generar artefactos que no son marginales, sino que cuentan con amplios mecanismos de relación y comunicación, así como de reconocimiento de estatus y capital cultural. Sistemas que, para Sennett, son más sostenibles que los de las estructuras cerradas en las que todo está escrito y procedimentado, y que por eso mismo no saben adaptarse y perdurar.
Por otro lado, la propia idea de taller de la Bauhaus, a medio camino entre el aprendizaje y la producción, entre el trabajo y el juego, se ha vuelto omnipresente en el panorama formativo actual. El workshop, un formato que fomenta la aplicación de lo que se aprende en tiempo real, permite que la enseñanza se ajuste a lo que las personas necesitan. Aunque su configuración, por naturaleza efímera y antiacadémica, puede hacerlo débil en algunos contextos, es destacable como espacio en el que desarrollar capacidades sin las exigencias formales del mundo educativo ni las urgencias del empresarial.
Diseño centrado en las personas
A pesar de que la modernidad de la Bauhaus puede parecer, con ojos actuales, fría, minimalista y algo elitista, uno de los pilares fundamentales de la escuela fue el uso del diseño para una finalidad social. Tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, Walter Gropius propugnaba un arte al servicio de las necesidades humanas. Como reza el manifiesto del Consejo de Trabajadores para el Arte, colectivo del que el arquitecto participó: «Arte y pueblo deben formar una unidad. El arte no debe ser nunca más deleite de unos pocos, sino felicidad y vida de la masa».
Recogiendo este principio, la Bauhaus puso énfasis en la simplicidad y en la utilidad, tanto en el uso de los materiales como en la forma del diseño. En oposición al estilo recargado del modernismo burgués, se eliminaron los ornamentos innecesarios, bajo la premisa de que la forma debe seguir a la función. Este postulado se aplicó también en el campo de la arquitectura, y la escuela revolucionó la manera de planificar edificios. Especialmente bajo la dirección de Hannes Meyer, se estudiaron las condiciones de vida de las familias obreras, teniendo en cuenta aspectos biológicos y psicológicos, así como de entorno y urbanísticos. Estos a menudo revelaban «las deficiencias y el carácter clasista» de las ciudades, como escribió Meyer, en las que «los barrios obreros se encontraban sin excepción en las zonas deterioradas por la industria y las instalaciones culturales en las zonas donde vivía la población acomodada».
El enfoque social que promulgaba la escuela encuentra eco en el design thinking y otras metodologías actuales para la innovación, que ponen en valor el rol del diseño en la resolución de problemas. Según estas disciplinas, la prioridad siempre deben ser las necesidades humanas, por lo que no hay que poner el foco en la creación de objetos en sí, sino en su interacción con personas, entornos, ciudades… Un planteamiento que «requiere de habilidades de colaboración inusuales que muchas organizaciones no han desarrollado», como escriben los profesores de Harvard Dorothy Leonard y Jeffrey F. Rayport, así como de perfiles con bagajes distintos interactuando de manera creativa. Cualidades propias de la Bauhaus que estos académicos echan en falta, «porque quienes saben lo que se puede hacer generalmente no están en contacto directo con quienes necesitan que se haga algo».
Dar forma al presente
En los albores de una automatización del empleo que se prevé masiva, parece evidente que la digitalización está acabando con la capacidad de hacer con las propias manos, al menos desde un punto de vista profesional. Recuperar la habilidad de moldear el mundo pasa por el camino de lo analógico, pero también por la necesidad de adquirir competencias propias del contexto actual. Del mismo modo que es importante preservar la capacidad de tejer, encuadernar o forjar, es necesario enseñar a programar, imprimir y diseñar, ya que esta no deja de ser la manera de trabajar la materia prima que conforma el presente.
Una experiencia inspiradora en este sentido es la del proyecto Fab Loom, que une de manera tangible las tradiciones artesanas analógica y digital. Consiste en la fabricación de un telar replicable diseñado en el Fab Lab de Lima, construido gracias a una fresadora de control numérico y usando como fuente el telar peruano ancestral. Un ejemplo de las posibilidades de las nuevas formas de producción para afrontar los retos del futuro próximo de un modo diferente, tanto a escala local como global. Un experimento realizado de forma colaborativa y multidisciplinar, que demuestra que el enfoque de la Bauhaus todavía tiene encaje en un mundo gobernado por el código binario.
Periodista, investigador e ilustrador. Su proyecto más reciente es Proun, un fanzine de investigación y creación que explora las intersecciones del arte, la tecnología y el cambio social.
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