Fuente: Monthly Review. Selecciones en castellano, 3ª época, nº 1, septiembre de 2015. Edición online. Selecciones en castellano by www.monthlyreview.org.es are licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0 International License. Artículo online: www.monthlyreview.org.es – el trabajo
Metamorfosis del trabajo. Presentación.
Sandra Ezquerra, Víctor Ginesta y Joan Quesada
Palabras clave: información alternativa, la clase obrera, economía, capitalismo, historia, humanidades.
“Solo una crisis, real o percibida, produce verdaderos cambios”, afirmaba Milton Friedman en una sentencia que se ha convertido ya en cita habitual. “Cuando esa crisis se produce”, prosigue, “las medidas que se toman dependen de las ideas que hay alrededor nuestro. Esa es, creo yo, nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable”. 1
Leídas hoy, las palabras de Friedman podrían interpretarse erróneamente como una interpelación a los pensadores heterodoxos para resistir al dominio agobiante de la actual ortodoxia económica neoliberal en ámbitos tan diversos como la academia, los poderes públicos, las instituciones económicas internacionales, las asociaciones patronales y toda una pléyade de think tanks de todas las tendencias políticas preponderantes. Sin embargo, a lo que en realidad interpelaba en 1982 el avvocato del neoliberalismo era a sostener una ofensiva sin cuartel —recién iniciada entonces y aún sin concluir— contra el régimen económico y político nacido del pacto social de la segunda posguerra mundial. Leída, nuevamente, desde la actualidad, la cita de Friedman resulta premonitoria y, bien entrados ya en el siglo XXI, podemos afirmar sin duda que lo que entonces era «políticamente imposible» se ha transformado hoy de hecho —o según intentan hacernos creer— en «políticamente inevitable».
De aquellos polvos vienen estos lodos
Después de cuarenta años de subrepticia propagación neoliberal desde la creación de la Société du Mont Pèlerin, tiempo en el que la doxa de dicha comunidad transnacional fue incrementando su representación en espacios como la academia o las fundaciones, la crisis «necesaria» para operar la transformación a la que Friedman hacía referencia se produjo en la década de 1970. El desencadenante fue la decisión de la OPEP de sus-pender el suministro de crudo a algunas de las principales potencias occidentales a raíz del apoyo de estas a Israel en la Guerra de Yom Kippur, lo que hizo que el precio del petróleo se cuadriplicase en apenas seis meses desde el inicio del conflicto. Las causas verdaderas de la crisis, sin embargo, eran mucho más profundas, y estaban vinculadas a la tendencia intrínseca de la economía capitalista al estancamiento una vez cesados los efectos extraordinarios de la reconstrucción de posguerra,2 así como al agotamiento de las circunstancias sociales que habían facilitado que los países occidentales implementaran un régimen de acumulación basado en el modelo fordista. Era este un modelo basado en un contrato social —o, como diría Carole Pateman, un «contrato sexual»— apoyado en la dualidad pater familias breadwinnner y mujer ama de casa, o lo que es lo mismo, en la división por géneros entre el trabajo productivo y trabajo reproductivo.
La regulación laboral, marcada a fuego por este sesgo de género, estaba basada en el pleno empleo políticamente garantizado, la negociación colectiva de salarios con los sindicatos, la participación de los trabajadores en las esferas de decisión de la empresa, el control estatal de industrias clave, un sector público amplio con empleo seguro como modelo para el sector privado, derechos sociales (selectivamente) universales protegidos de la competencia, impuestos y políticas de ingresos destinados a mantener la desigualdad dentro de ciertos límites y políticas industriales cíclicas impulsadas por los gobiernos para asegurar un crecimiento constante, entre otras medidas.
Como fuera, la crisis del petróleo de 1973 y la consiguiente quiebra bursátil de 1973-1974, junto con la recensión económica que ambas provocaron y el fenómeno de la «estanflación» —combinación de estancamiento e inflación— que caracterizó todo el periodo, proporcionaron los argumentos para lanzar una prolongada ofensiva de la clase capitalista contra el trabajo cuyos efectos resultan ahora cada vez más dramáticos para los pueblos de todo el mundo. La implementación de los postulados neoliberales ha seguido cursos distintos en cada Estado-nación particular del sistema-mundo capitalista, igual que también eran distintas las situaciones de partida de cada país.
En la periferia del sistema, por ejemplo, tras el laboratorio neoliberal del Chile de Pinochet a partir de 1973, la crisis de la deuda de la década de 1980 fue el momento elegido por las instituciones económicas internacionales —fundamentalmente el FMI— para imponer severas medidas de austeridad al gasto público y, simultáneamente, resignificar el papel de los Estados en la economía. Siendo el punto de partida la noción del Strong State o Estado fuerte, el rol de este se modificó para pasar a ser ahora el de crear y preservar un marco institucional apropiado para las prácticas de mercado, un nuevo papel fundamentado en las creencias neoliberales en la superioridad del libre intercambio frente a la intervención estatal en la economía. Así, se forzó la privatización de los activos públicos y la desregulación de los flujos de capitales a fin de abrir los territorios a la inversión extranjera, tanto financiera o especulativa como directa, destinada esta última a proveer a las grandes corporaciones multinacionales del Norte del trabajo barato y las materias primas del Sur.
En el centro capitalista, sobre todo en la Europa continental, si bien el proceso ha sido más gradual (en parte porque los países partían de sistemas con una protección social comparativamente elevada), esa misma década de 1980 vio el ascenso al poder de Margaret Thatcher en el Reino Unido (en 1979) y de Ronald Reagan en los Estados Unidos (en 1981), cuyos gabinetes, en contraste con las reticencias de los social-demócratas, emprendieron decididamente la reforma (o el desmantelamiento) de las instituciones económicas existentes, tanto nacionales como internacionales, y que eran en parte fruto del consenso de posguerra entre capital y trabajo (tanto el llamado «productivo» como el reproductivo).
Las decisiones políticas que dicho proceso de desmantelamiento ha conllevado han sido reiteradamente descritas tanto para el plano transnacional como para los diversos casos nacionales. Así, aquí nos limitaremos a enumerar sucintamente algunas de las grandes direcciones de cambio que mayores consecuencias han tenido para la situación actual de la clase trabajadora mundial. A pesar de la ya mencionada multiplicidad de casos particulares, esa «reforma» de las instituciones económicas hasta entonces dominantes implicó, en primer lugar, la derogación de las legislaciones nacionales antimonopolio, lo que dio pie a una oleada de fusiones y absorciones empresariales que propiciaron la aparición de gigantes corporativos de dimensiones sin precedentes. En el plano internacional, se produjo la paulatina supresión de las barreras a la libre circulación de bienes (incluida la propiedad intelectual), de servicios y, sobre todo, de capitales entre países, lo que facilitó tanto la deslocalización de la producción industrial del centro a países con trabajo barato, como el entrelazamiento de los intereses financieros internacionales, en un fenómeno que se ha dado en denominar la «globalización» económica contemporánea. La aparición de múltiples áreas regionales de libre comercio fue también parte de este proceso. La combinación, a su vez, de las nuevas reglas de inversión transnacional con la generalización del uso de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, así como las dificultades para regresar a las tasas anteriores de acumulación de capital tras la crisis de 1973, ayudaron a la propagación de una nueva lógica económica bautizada como «financiarización», que incluyó un aumento de flujos de dinero prestado y transacciones financieras, mediante un circuito crediticio que funcionaba de forma dual: por un lado, se abrieron y crecieron los mercados de crédito para las clases medias y bajas, y, por otro, se crearon los mercados de bienes futuros —y todas las tecnologías financieras subyacentes— para quienes podían apostar. Todo ello permitió un aumento nunca visto anteriormente de la especulación financiera internacional, que pasó a convertirse desde entonces en el principal medio de acumulación de capital.
En los distintos planos nacionales, los cambios más sustanciales consistieron inicialmente en el abandono de la idea de pleno empleo; la desregularización de los mercados —calificados de rígidos—, que incluía la reprivatización, generalizada, de las empresas públicas de suministros (energía, agua, comunicaciones y telecomunicaciones); el uso de políticas económicas monetaristas, encaminadas hacia la oferta, con una caída de la inversión pública y la demanda estatal, y la rebaja de la fiscalidad para las franjas de renta superiores. Todo ello, combinado con la desindexización de los salarios —muchos salarios reales fueron congelados—, propició una pérdida de poder adquisitivo —matizada con la citada facilitación del acceso al crédito privado— que ha desembocado en los mayores niveles de desigualdad económica en Occidente desde los albores de la Primera Guerra Mundial. A ello ha seguido más recientemente la paulatina apertura de las instituciones del Estado de bienestar a la gestión privada con ánimo de lucro: pensiones, sanidad, educación, cuidados… en una segunda oleada, más intensa, de redimensionamiento del Estado y redefinición de su rol en la economía.
Lejos de lo que cabía pensar, la reciente crisis iniciada en 2007-2008, en lugar de cuestionar todas las medidas citadas, solo ha llevado a profundizar en ellas, en lo que está siendo, en los distintos niveles nacionales y con la consolidación de la deuda como excusa, una espiral de recortes de las prestaciones del Estado a las capas más desprotegidas de la sociedad y, en el plano internacional, un nuevo aluvión de tratados liberalizadores de los que forma parte el proyecto de tratado de libre comercio e inversión entre Norteamérica y la Unión Europea (TTIP).
En el plano político, los treinta y cinco años de ofensiva neoliberal contra las clases trabajadoras han conllevado en todo Occidente un grave debilitamiento del poder de las tradicionales organizaciones obreras, los sindicatos, que no solo han visto drásticamente mermada su afiliación en los menguantes sectores industriales, sino que también han sido incapaces —por estructura y modus operandi— de adaptarse a los cambios en el mercado laboral, es decir, a su creciente segmentación y diversificación, para representar a los colectivos más dispersos y precarizados de los sectores de servicios y de aquellos vinculados a la denominada «Nueva Economía», como los autónomos o freelance.
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Dichos cambios están ligados a un nuevo foco en el mercado laboral: de la búsqueda de la seguridad y el pleno empleo (mayoritariamente masculino) al requerimiento de flexibilidad (tanto masculina como femenina), la premisa que marca no solo los cambios en la macroeconomía sino también en la propia organización laboral. Como explican Luc Boltanski y Ève Chiapello: «la autonomía ha sido intercambiada por la seguridad abriendo la vía a un nuevo espíritu del capitalismo que alaba las virtudes de la movilidad y de la adaptabilidad, mientras que el precedente se preocupaba, sin duda, más de la seguridad que de la libertad».3 Se trata de un nuevo ideal de gestión del trabajo remunerado basado en la llamada «flexiguridad», que busca mezclar «disposiciones contractuales flexibles y fiables, estrategias globales de aprendizaje permanente, políticas activas del mercado laboral eficaces y sistemas de seguridad social modernos», perfectamente entrelazadas con el incremento de la temporalidad y la flexibilidad, y que tienen, además, un marcado componente de género al estimular las medias jornadas y las trayectorias laborales interrumpidas para las mujeres.
Por otro lado, el destronamiento del keynesianismo de posguerra del sitial de la ortodoxia económica y la sustitución del Estado intervencionista y el objetivo de pleno empleo que este preconizaba por un recuperado dogma liberal de autorregulación de los mercados han transformado a los partidos socialdemócratas en nuevos cómplices de las grandes corporaciones e inversores transnacionales, cuya realización paradigmática son las famosas «terceras vías» que adoptó la socialdemocracia europea a finales del siglo pasado para convertirse en partidos «catch-it-all», listos para ganar de nuevo las elecciones. Ello ha propiciado que las clases trabajadoras hayan quedado prácticamente huérfanas de representación en todas las instituciones nacionales y supranacionales de las democracias políticas occidentales, lo que ha facilitado todavía más la hegemonía política neoliberal.
Todos esos cambios de rumbo político y económico en el sistema-mundo capitalista a partir de la década de 1970 no han hecho más que exacerbar las desigualdades económicas y la injusticia social, históricamente concentradas en torno a tres ejes fundamentales, a menudo complementarios y entrecruzados, de desigualdad: (1) la clase (o el eje capital-trabajo, que a menudo posee, además, un marcado componente étnico), (2) el género (o el eje de la división sexual del trabajo) y (3) y la división centro-periferia (o el eje de la división internacional del trabajo).
Los artículos aquí reunidos [vea abajo] repasan las gravísimas y diversas consecuencias que para los trabajadores y las trabajadoras han supuesto las transformaciones ya indicadas.
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Notas
1. Milton Friedman, «Preface, 1982», Capitalism and Freedom, Chicago University Press, Chicago, 1982, p. xii. La traducción es nuestra.
2. Para la época, véase el clásico análisis de Paul Baran y Paul Sweezy en El capital monopolista. Ensayo sobre el orden económico y social de los Estados Unidos, Siglo XXI Editores, México D.F., 1968, especialmente los capítulos 3 y 4.
3. Luc Boltanski y Ève Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, Barcelona, 2002, p. 294.
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(Monthly Review. Selecciones en castellano, 3ª época, nº 1, septiembre de 2015. Edición online)
- La difícil situación de la clase obrera en EE.UU. Fred Magdoff
- El iCapitalismo y el cibertariado. Ursula Huws
- España, crisis económica y nuevo cercamiento de los comunes reproductivos. Sandra Ezquerra
- Migración y trabajo hoy. Raúl Delgado Wise
- La feminización de la migración. Zuhal Yeşilyurt Günduz
- La cooptación neoliberal de las cooperativas. Carl Ratner
- La calidad de la sociedad capitalista monopolista: cultura y comunicaciones. Paul Sweezy y Paul Baran
- Tesis sobre la publicidad. Paul Sweezy y Paul Baran
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