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Psicoanálisis y revolución: una psicología crítica para los movimientos de liberación

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Resumen. Este manifiesto es para movimientos de liberación por un mundo mejor. Trata sobre la interrelación entre la realidad opresiva de la vida actual y nuestras vidas ‘internas’, nuestra psicología. El psicoanálisis capta esa íntima interconexión entre esta realidad y lo que se siente en lo profundo de cada uno/a de nosotros/as. Debemos comprender la naturaleza de esa interconexión para construir una alternativa práctica al capitalismo, el sexismo y el racismo. Nuestra tarea es reconstruir el psicoanálisis como una forma auténtica de ‘psicología crítica’. Analizamos el papel del inconsciente, la repetición, la pulsión y la transferencia en el análisis clínico y político para abordar cuestiones de transformación subjetiva.

Palabras clave: inconsciente; liberación; pulsión; repetición; transferencia.

Fuente: Teknokultura. Revista de Cultura Digital y Movimientos Sociales. “…Todos los contenidos se distribuyen bajo una licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 (CC BY 4.0).” Recibido: 14 de septiembre de 2021 / Aceptado: 25 de octubre de 2021. ISSNe: 1549-2230.  http://dx.doi.org/10.5209/TEKN.77919

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Psicoanálisis y revolución: una psicología crítica para los movimientos de liberación1

Ian Parker2

 

Sumario. 1. Introducción: miseria, dialéctica y liberación. 2. Inconsciente: alienación, racionalidad y otredad. 3. Repetición: historia, compulsión y libertad. 4. Pulsión: cuerpo, cultura y deseo. 5. Transferencia: potencia, resistencia y análisis. 6. Transformación subjetiva: tiempo de comprender y momento de concluir. 7. Referencias.

 

  1. Introducción: miseria, dialéctica y liberación

Todos los que están bajo presión, los trabajadores en las fábricas, los campos, las calles o el hogar, necesitan apo­yo práctico y emocional. Este apoyo lo necesitan sobre todo los activistas que luchan por cambiar el mundo. El psicoanálisis, es una teoría y práctica de nuestras vidas mentales internas que a menudo se ha aliado con el po­der, pero en realidad proporciona una crítica clínica y política de la miseria. No es algo a lo que temer. Puede ser un arma contra el poder. Muestra cómo nuestra pro­pia psicología está colonizada por la realidad, y cómo podemos hablar y actuar contra eso a medida que nos involucramos en la propia liberación.

El psicoanálisis, que también es una aproximación psicológica crítica al sufrimiento, a principios del siglo XX se consideraba un tratamiento radical que en algu­nas ocasiones identificado explícitamente con la izquier­da. La mayoría de los psicoanalistas fueron miembros o simpatizantes de los movimientos comunistas o socia­listas antes de que sus organizaciones fueran destruidas por el fascismo europeo y se viesen obligados a huir a diferentes partes del mundo. A pesar de las condiciones hostiles de sus nuevos países, se adaptaron a su nueva realidad y convirtieron el psicoanálisis en un tratamiento adaptativo. Es el momento de tomar ese núcleo histórico radical y auténtico del psicoanálisis y devolverlo a la vida (Stavrakakis, 2007).

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1 Este texto resume la línea argumental de un libro en coautoría con David Pavón-Cuéllar que será publicado en Chile por Pólvora Editorial.

2 Universidad de Manchester (Reino Unido) E-mail: discourseunit@gmail.com; https://orcid.org/0000-0001-5950-464X

 

El psicoanálisis, como el marxismo y otras teorías del poder y la liberación, surgió en un período histórico específico para resolver una serie de problemas históri­camente constituidos. Al igual que se inventaron nombres para nuestro sufrimiento, se inventó el psicoanálisis para rebelarse contra ellos, para transformarlos. Un pro­blema clave al que nos enfrentamos ahora es la cons­trucción histórica de la experiencia individual aislada, la psicología separada de la naturaleza colectiva compar­tida de nuestras vidas como seres humanos. Esta psico­logía, y la disciplina profesional académica dedicada a su mantenimiento, se formaron al mismo tiempo que el capitalismo y al igual que este sistema se han extendido por todo el mundo. Estrechamente vinculada a un mo­delo médico psiquiátrico de angustia, esta psicología se ha desarrollado como una herramienta psicoterapéutica para adaptar a las personas a la realidad en lugar de per­mitirles cambiarla.

Esta difusión de la psicología a escala global y su impacto en la vida cotidiana está provocando una reduc­ción de la experiencia, de la forma en la que hablamos y nos sentimos a nosotros mismos. Sin embargo, necesitamos demarcar el psicoanálisis de este proceso y mostrar su potencial para resistir ante él. El propio psicoanálisis, debido a la historia de adaptación a la que ha estado su­jeto, se ha implicado con la ideología, pero también se rebela. Es como si el psicoanálisis fuera un síntoma de la opresión, pero que ahora puede hacerse oír, en el pro­ceso de hablar bien del psicoanálisis podemos liberarlo y liberarnos a nosotros mismos.

A lo largo de su historia, las versiones radicales del psicoanálisis fueron asociadas con ideas y posiciona­miento reaccionarios. Entre estas se encontraban ideas enfermizas sobre la diferencia esencial subyacente entre hombres y mujeres y entre sus respectivas formas de se­xualidad y relaciones de género. El psicoanálisis en su ‘cura por la palabra’ muestra cómo lo que decimos está interconectado con lo que hacemos. Sin embargo, ahora podemos purgar el psicoanálisis de ese veneno ideológi­co, permitiéndole hablar por nosotros en lugar de hablar en nuestra contra.

Para hacer esto, necesitamos comprender la relación dialéctica entre el trabajo clínico del psicoanálisis y los cambios producidos por su contexto. El psicoanálisis nació en pleno auge de la alienación capitalista y la natu­raleza opresiva de la familia nuclear en Europa occiden­tal, por lo que fueron precisamente estas las condiciones que el psicoanálisis pretendía comprender y combatir. Por el contrario, esas condiciones, y las fuerzas ideoló­gicas implicadas en ellas, penetraron en el psicoanálisis y lo distorsionaron. No existe un psicoanálisis no ideo­lógico, ‘puro’, pero la compleja relación dialéctica entre su forma clínica y los aspectos ideológicos de la teoría se puede aclarar y trascender en la práctica.

Cuatro conceptos clave del psicoanálisis operan como elementos formales radicales de la teoría que re­sisten contra el proceso profundamente ideológico de la psicologización. Nos centramos en las tensiones dia­lécticas que han surgido históricamente entre la clíni­ca en tanto que espacio privado y un espacio de trabajo transformador. Las nociones psicoanalíticas del incons­ciente, la repetición, la pulsión y la transferencia deben reconstruirse para que sean completamente históricas; para evitar la trampa de ‘aplicarlos’ a los movimientos de liberación. A medida que ponemos fin al mundo que crea tanta miseria, también anticipamos el fin del psi­coanálisis, que funciona a su vez como herramienta y resultado de ese proceso histórico (Deleuze y Guattari, 1972/1977; Foucault, 1976/1981; Gellner, 1985).

 

  1. Inconsciente: alienación, racionalidad y otredad

Nuestra lucha, donde quiera que esté, tiene un alcance internacional, y cada lucha de liberación expande pro­gresivamente sus horizontes para comprender cómo estamos divididos y gobernados. Durante este proceso llegamos a comprender cómo otros particulares, de di­ferentes naciones, culturas, géneros, se han convertido en ‘otros’ para nosotros, y cómo esa ‘alteridad’ se ha introducido en forma de racismo y sexismo incrustados. Se nos convierte en ‘otros’, incluso nos convertimos en ‘otros’ para nosotros mismos, luego la otredad atraviesa nuestra experiencia, nuestra subjetividad, y se articula de manera tan profunda que la naturaleza misma es ex­perimentada como amenazante. Esto es lo que el psicoa­nálisis denomina ‘inconsciente’ (Pavón-Cuéllar, 2017).

Nuestra naturaleza como seres humanos es traicio­nada, nuestra naturaleza subyacente en la que no somos nada sin los demás. A medida que se traiciona nuestra relación íntima con los demás, las relaciones amorosas de solidaridad se confunden con relaciones dolorosas y estas a su vez son reemplazadas por el odio y la sospe­cha. Y es así que quedamos atrapados en esta dinámica. Estamos atrapados por la tentación de las soluciones competitivas individuales en un contexto de miseria ge­neralizada donde impera el impulso de acumular bienes y obtener ganancias de los demás. El dominio indivi­dual, el ‘ego’ aislado, se enfrenta al inconsciente, pero el inconsciente habla y puede conectarnos con la acción colectiva.

Hay un giro dialéctico en esta conexión, dónde el ‘ego’ individual no es el núcleo del ser humano, pero tampoco lo es el inconsciente. El inconsciente, que su­ponemos de un modo tan profundo y oculto dentro de nosotros, es, en sí mismo, algo que habla de la otredad, de la naturaleza del lenguaje que compartimos con los demás. Este inconsciente está estructurado por los códi­gos que aprendemos y, por lo tanto, funciona como un discurso de ‘otro’, siempre presente, aunque no siempre se note. Está simultánea y dialécticamente dentro de no­sotros porque también estaba, y todavía está, fuera de nosotros.

No somos el centro de nuestros pequeños mundos de significado, los individuos no pueden controlar el sig­nificado de cada palabra que habla. La ilusión de que somos el centro, con el ego como el amo en su propia casa, es una ilusión ideológica tan poderosa como lo es la historia de que los seres humanos son el centro del mundo frente a los otros seres, en lugar de vivir en un mundo con ellos. El psicoanálisis, en su crítica del ego, nos plantea la opción de persistir en el intento de do­minarnos a nosotros/as mismos/as, a los demás y/o a la naturaleza.

El psicoanálisis habla de alienación endémica en un mundo que reduce a los seres humanos al estado de cosas que se compran y se venden. Nos enfrentamos a otros mientras competimos para vender nuestra fuerza de trabajo. Nuestro trabajo creativo se vuelve contra nosotros como algo controlado y vendido por nuestros amos. La relación con nuestros propios cuerpos también se pervierte. Esta es otra cuestión crucial para el psicoa­nálisis. Centrados en el ego, nuestro objetivo es dominar nuestros cuerpos, tratarlos como una máquina que debe trabajar para los demás. Entonces, como una cuestión personal y ecológica, nos enfrentamos a la naturaleza misma.

El ego, en el que estamos más alienados en el mo­mento en que imaginamos que estamos escapando del mundo y protegiéndonos, es, entre otras cosas, la cris­talización del sentido común ideológico burgués y co­lonial. Su ‘racionalidad’ es profundamente irracional. El tipo de racionalidad que perpetúa es el de la ciencia ins­trumental, que tiene como objetivo predecir y controlar la naturaleza que pretende subyugar. Esta es la lógica que impulsa la disciplina de la psiquiatría y psicología médica.

Una lectura ideológica dominante del objetivo clí­nico del psicoanálisis dice que «donde había ello, allí estará el yo», como si el destructivo centro ilusorio del hombre burgués tuviera que fortalecerse contra la alteri­dad que se encuentra dentro y a su alrededor. En contra de esa lectura, volvemos a la base ética del psicoanálisis radical, a una psicología crítica en la que aspiramos a es­tar donde ‘el ello’ estaba, dónde encontramos la brújula más amplia de nuestra subjetividad. Es así como el amo colonial, para poder redimirse, debe aprender su lugar en el mundo y en su historia.

No podemos decir si algún aspecto particular de nuestra psicología es intemporal y universalmente cier­to, incluido el inconsciente. El psicoanálisis necesita tener en cuenta su propia especificidad histórica en el diagnóstico y tratamiento de los males actuales. Sin em­bargo, hay algo en la naturaleza del lenguaje, de nuestra naturaleza como seres hablantes, que nos divide, porque no podemos decirlo todo. Aprendemos que debemos so­meternos a un sistema simbólico que no podemos do­minar por completo cuando hablamos, por lo que nos convertimos en sujetos divididos llenos de algo incons­ciente para nosotros. Lo importante es cómo damos sen­tido a esa división.

Lo que sí sabemos, y con lo que funciona el psicoa­nálisis, es que el sentido que tenemos de nuestra división subjetiva está lleno de contenido ideológico, al igual que el inconsciente. Esa división en la que el inconsciente funciona como un lugar que habla de nuestra angustia, refleja y exacerba la división alienante del sujeto que caracteriza la vida bajo el capitalismo. Pero no solo del capitalismo, de él y de las formas de gobierno que lo acompañan, del patriarcado como el gobierno del hom­bre sobre la mujer, del colonialismo como la división ra­cista entre una civilización aparentemente racional y de la patologización de los llamados ‘bárbaros’ que resisten a esta racionalidad.

No podemos decir si esta división puede ser curada, tal vez no, pero el dolor de esa división se puede aliviar. Necesitamos que el psicoanálisis aborde esta división subjetiva que crea y perpetúa el inconsciente como si fuera algo dentro de nosotros y que nos amenaza. Nece­sitamos de un psicoanálisis aliado e informado para la lucha colectiva. Junto a la tarea clínica está la tarea po­lítica de movilizar fuerzas inconscientes y analizar qué fuerzas hablan de ideología y cuáles hablan de libertad. Analizamos, hablamos y actuamos para hacer historia en lugar de repetirla (Millett, 1977; O’Connor y Ryan, 1993).

 

  1. Repetición: historia, compulsión y libertad

En un mundo enajenado marcado por la explotación y por la opresión, que nos aleja de nosotros mismos, no somos consciente de nuestra alienación. La sentimos como si fuese una fuerza fuera de nuestro control. Estamos sujetos a la naturaleza repetitiva del lenguaje, de las palabras, de las frases y narrativas familiares, culturales e ideológicas que cuentan siempre las mismas historias sobre quiénes somos y sobre lo que no podemos lograr. Estamos simbólica y corporalmente sujetos a la repeti­ción de soluciones tan contradictorias como fallidas ante problemas materiales socialmente estructurados (Free­man, 1970; Harding, 2003).

Sufrimos nuestra historia personal y política, a me­nudo como si escapase de nuestro control y fuera incomprensible. Ésta es una función de la dinámica es­tructurada por el poder patriarcal de las familias y de la dinámica de clase estructurada por el poder del Estado. En ambos casos, y en casos de racismo y otras formas de opresión, se ejerce una combinación de secretismo y mistificación ideológica que resulta en una resolución incompleta de los problemas que se presentan y que se nos presentan como obstáculos. Estas formas de contra­dicción lejos de solventarse se repiten a medida que las vivimos. Estamos sujetos a la repetición.

Nos guste o no, y nos guste o no el psicoanálisis, la historia se articula como un proceso repetitivo de inten­tos y fracasos para derrocar el orden existente de las co­sas. No podemos elegir las condiciones en las que cons­truimos la historia. Los diferentes patrones de opresión que bloquean las condiciones existentes explotadoras y alienantes de producción y de consumo, se organizan en torno a una función: la de provocar y bloquear el intento de autoorganización colectiva. De esta manera, el racis­mo, el sexismo y otras prácticas ideológicas discrimina­torias repiten su función con el objetivo de permitir la acumulación de recursos materiales, de la obtención de ganancias.

Por lo tanto, el proceso de la vida se vuelve repetitivo bajo el capitalismo contemporáneo. El primer aspecto de este proceso se entiende por lo general que opera en el dominio de la política, pero el psicoanálisis muestra cómo las fuerzas político-económicas materiales tam­bién arrastran a los individuos a patrones de compor­tamiento autodestructivos. Estas fuerzas enganchan y recompensan a los individuos por un comportamiento que reproduce estructuras materiales de dominación, de clase y de poder geopolítico, así como el de la familia y la distribución del poder entre los sexos. Las contradic­ciones que surgen cuando hay resistencias a este aspecto del proceso son sintomáticas, puesto que la repetición habla de opresión.

El segundo aspecto opera ideológicamente, íntima­mente ligado al dominio estructural material político-económico, pero también a los mundos de la vida per­sonal de aquellos que están sujetos al poder. Mientras hablan de su experiencia en este proceso, los sujetos no pueden hablar; su propio punto de vista se deslegitima y sus testimonios se distorsionan sistemáticamente. Las contradicciones que surgen también son sintomáticas, puesto que la repetición de la queja y el fracaso hablan de opresión. La tarea clínica psicoanalítica es permitir que los sujetos hablen, y aquí, por supuesto, la clínica se vuelve política; «lo personal es político», como procla­mó el feminismo socialista.

El problema subyacente y general al que nos enfren­tamos hoy en día estriba en la naturaleza del capitalismo global, en la unión de los aspectos materiales e ideoló­gicos, estructurales y simbólicos del gobierno y la resis­tencia, y en las soluciones incompletas y distorsionadas que nos ofrecen las organizaciones de izquierda y de liberación. Por el lado del poder está el impulso compul­sivo de acumular y proteger el capital, fruto de la explo­tación, que adquiere un carácter obsesivo y repetitivo. Por el otro, están las organizaciones de izquierda que se quedan atrapadas con demasiada frecuencia en su propia historia fallida, por lo que repiten los mismos errores.

La historia de la lucha de clases, y el proceso más amplio de liberación de las diferentes formas de opre­sión, es una historia de repetición y de fracaso. A veces también incluye eventos fortuitos y, más a menudo, trá­gicos que están completamente fuera de nuestro control. Éste es el contexto repetitivo interminable, casi insopor­table, que se replica en la vida de las personas. Se les alienta a imaginar que son libres e independientes de este doble proceso histórico material e ideológico para que sientan este fracaso aún más profundamente. Dentro de cada vida hay repetición, ley de hierro y de oportuni­dad, y sobre esto trabaja el psicoanálisis.

En el psicoanálisis, las personas hablan, intentan ‘asociar libremente’ para decirlo todo, y fracasan. Cuan­do fracasan, repiten las mismas historias que les han contado, historias que han repetido en sus propias vidas. Así es como tratan de dar sentido a la forma en que las condiciones materiales e ideológicas de la vida están in­crustadas en el inconsciente y a las respuestas impulsa­das inconscientemente ante los eventos a su alrededor. A medida que los bloqueos en su discurso reaparecen una y otra vez, también repiten y experimentan esas relacio­nes de obediencia que les impidieron hablar. Aquí hay libertad limitada y potencial.

La repetición no es la simple repetición de las mismas palabras y frases, de las imágenes acústicas que compo­nen nuestro discurso o escritura que conceptualizamos en ‘significantes’, ni tampoco es exactamente la misma acción. Los significantes adquieren diferentes significa­dos de acuerdo con su lugar en el lenguaje contradictorio y mutante que nos rodea. Nuestra acción también se si­túa en contextos culturales e históricos contradictorios, en constante estado de cambio y, nuestra historia, ya sea política colectiva o política personal, no es una cuadrí­cula, sino que siempre está abierta, depende de nuestra lucha para dar sentido a quiénes somos y el mundo que queremos construir. La contradicción da espacio para la libertad.

La repetición se perpetúa por líneas ideológicas de fuerza y estructuras político-económicas. Resistimos a las fuerzas y estructuras porque ponen límites a nuestro discurso y nuestra acción. El psicoanálisis da espacio para que el sujeto experimente cómo repite lo que dice sobre sí mismo/a, al mismo tiempo que lo que hace para perpetuar patrones de comportamiento autodestructivos. En lugar de la repetición de lo mismo, la clínica abre el espacio para que surja algo diferente; la diferencia abso­luta que hace un significante, y un sentido absolutamen­te diferente muy singular de su propia subjetividad. Es­tamos impulsados a hacer la diferencia (Mitchell, 1974).

 

  1. Pulsión: cuerpo, cultura y deseo

Algo nos impulsa a rebelarnos. Cuando nos vemos in­ducidos a actuar, y más aún cuando intentamos diferen­ciarnos, es como si fuéramos una fuerza de la natura­leza. Este acto está entremezclado con el discurso, con el testimonio de lo que estamos haciendo y con lo que somos. Este acto puede explicarse en nuestro discurso, y dicho discurso puede ser efectivo. En este sentido una de las primeras psicoanalistas definía el psicoanálisis como una «cura por la palabra». Hablamos la verdad, y en el ámbito político personal, hablamos la verdad ante el po­der, involucrando a otros (Wolfenstein, 1993).

El impulso a hablar y actuar es constructivo y co­lectivo. Todo lo que es del sujeto humano –decimos los psicoanalistas–, pasa por ‘el Otro’, puesto que la otredad es la marca de la subjetividad humana. Una parte de esta pulsión nos lleva más allá de nosotros mismos, más allá de nuestro control consciente, incluso puede adquirir un aire mecanicista desde el que nos sentimos impulsados. Este impulso, puede llegar a convertirse en algo mortal, destructivo y autodestructivo; cuando esto ocurre cada pulsión es una ‘pulsión de muerte’.

Necesitamos sintonizar el psicoanálisis con la histo­ria, conceptualizarlo desde esta construcción para com­prender la doble naturaleza de la pulsión. La pulsión es constructiva, es vida, está dentro de nosotros, lo que nos permite construir vínculos con los demás, construir cul­tura, formas de organización política y hablar de otros mundos posibles. Cuando la pulsión es destructiva y re­petitiva, es la muerte, se vuelve contra nosotros mismos y contra nuestros vínculos sociales. Nuestro cuerpo pue­de ser uno con nosotros cuando actuamos, pero nuestra naturaleza puede convertirse en una máquina; nuestro cuerpo enajenado es una máquina vuelta contra noso­tros.

Debemos tener claro que esta pulsión no está co­nectada biológicamente con el ‘instinto’ y que tampo­co existen instintos biológicamente separados de vida y muerte. De hecho, existen procesos instintivos relacio­nados con la alimentación, con el sexo y con otras ne­cesidades biológicas que son función de nuestra historia evolutiva más profunda como especie animal, de nuestra naturaleza animal, pero éstos siempre los interpretamos, consciente o inconscientemente. La pulsión está en el límite de lo fisiológico y lo psíquico. Esta premisa fun­damental del psicoanálisis es la que se sitúa en contra del replanteamiento ideológico de la pulsión como una naturaleza humana inmutable. La naturaleza humana transforma la pulsión.

La pulsión es real; opera como una fuerza implaca­ble, fuera de los significantes que usamos para dar sen­tido a lo que nos está sucediendo. Se forma en nuestras vidas, como la vida, cuando se elabora en el lenguaje, en los significantes que estructuran nuestro discurso y acción. Este aspecto real de la pulsión es lo que la hace aparecer en el cuerpo como si de una fuerza instintiva se tratase, como la necesidad de comida o sexo, y también le permite aparecer en nuestro discurso, en la repetición de significantes.

En la pulsión, nuestras necesidades biológicas se re­configuran como necesidades sociales. La estructura de la familia, la propiedad privada y el Estado, expresa y reprime las necesidades sociales. Cuando la reproduc­ción, un proceso evolutivo instintivo y biológico, sus­tenta y se moldea por la sexualidad humana al nivel de la pulsión, el sexo mismo se transforma en uno de los puntos sintomáticos de la sociedad, como transmisión y como rebelión contra el poder. Es por eso que el sexo es fundamental para el psicoanálisis; opera como un núcleo sintomático históricamente constituido de las relaciones sociales en la sociedad de clases. Se vuelve una pulsión real.

Los seres humanos somos seres sociales, la pulsión se ha transformado en un deseo dentro de nuestras for­mas distintivas de subjetividad. Como seres hablantes, utilizamos un reino simbólico, un medio colectivo com­partido de comunicación, un reino en el que nos conver­timos en humanos. Aquí nuestro deseo por los demás se transforma reflexivamente en formas de deseo que, aun­que se experimentan profundamente en nuestro interior, también están condicionadas por otros. Pero ese reino simbólico, entendido como algo independiente de no­sotros, puede convertirse fácilmente y, de hecho lo hace a menudo, en una fuerza similar a una máquina que se ve exacerbada por la repetición ideológica de imágenes alienantes de nosotros mismos.

Así, la distorsión de la necesidad sexual, como si fuera una pulsión implacable, está íntimamente ligada con una distorsión ideológica, con una perversión de la sexualidad, que está ligada a su vez con una serie de imágenes sobre la sexualidad y el género que se estruc­turan simbólicamente. La vida se convierte en muerte, y la comunicación se convierte en mercantilización, cosificando a los seres humanos, su trabajo creativo y sus objetos de deseo. Las necesidades alienadas por el capitalismo se convierten en el motor de la mercanti­lización, y el género se convierte en un sitio venenoso dónde habitan múltiples formas de mercantilización, como la pornografía bajo el patriarcado, con las mujeres convertidas en objetos para comprar y vender.

La reducción ideológica del deseo a la pulsión, y la reducción igualmente ideológica que tiene lugar des­pués de la pulsión al instinto, cosifican nuestra actividad creativa, nuestra relación simbólicamente mediada con los demás. De esta manera, nuestros cuerpos, y partes de nuestros cuerpos, se convierten en sitios alienados por procesos biológicos que fetichizamos o tememos. Esta reducción ideológica es imaginaria, es como si la comu­nicación de imágenes de la naturaleza y del yo pudiera transmitirse independientemente de las relaciones socia­les históricamente constituidas y simbólicamente estruc­turadas. Imaginaria también en el sentido de experimen­tar esta relación como un aspecto del sentido común que reflejara directamente lo que es real.

Esta reducción y mercantilización es el resultado del capitalismo, así como la producción de imágenes mer­cantilizadas de género es una función del patriarcado. Es por eso que el feminismo es una amenaza para los arre­glos actuales de poder. El feminismo amenaza los lazos sociales ideológicos político-personales que estructuran la familia nuclear burguesa, puesto que insiste en que estos lazos son representaciones imaginarias de las ne­cesidades humanas reales y que reflejan la opresión san­cionada simbólicamente. Es por esto que el feminismo, como las luchas lésbicas, homosexuales, bisexuales, transgénero, homosexuales e intersexuales, entre otras, constituyen un aliado indispensable del psicoanálisis al servicio de los movimientos de liberación (Butler, 1990; Frosh, 1987).

 

  1. Transferencia: potencia, resistencia y análisis

La transferencia, el ‘traslado’ de los fenómenos estructu­rales relacionados con el deseo y el poder de un ámbito a otro, tiene un significado técnico en psicoanálisis. Los psicoanalistas están tentados a ‘aplicar’ su comprensión particular de la transferencia en la clínica a otros ámbi­tos de las relaciones de poder social y político. Esas re­laciones requieren de un análisis y de acciones particu­lares que ayuden a comprender mejor la naturaleza del tratamiento psicoanalítico (Danto, 2005; Dunker, 2010).

El intento erróneo de ‘aplicar’ el psicoanálisis a otros ámbitos que tienen lugar fuera de la clínica se produce cuando el tratamiento se convierte en una especialidad disciplinaria y profesional que compite y adopta el len­guaje de enfoques rivales ‘psi’ como la psiquiatría, la psicología y la psicoterapia. El psicoanálisis no es una cosmovisión, pero es comprensible que muchos practi­cantes se imaginen que debería funcionar como tal por su propio reclamo precario de pericia. Los psicoanalistas que imaginan que su enfoque debería funcionar como una cosmovisión olvidan un principio fundamental del tratamiento: ‘el del analizante que analiza’.

El deseo de poder opera como pulsión entre aque­llos que acumulan capital y entre aquellos que volun­tariamente, e inconscientemente, se convierten en mer­cancías. El deseo de poder opera entre los racistas que desean dominar a los demás, y entre aquellos que vo­luntariamente, e inconscientemente, se convierten en víctimas. En los movimientos de liberación, el deseo de poder opera entre aquellos que buscan escapar de la explotación y la opresión de los aparatos burocráticos que luego ellos/as mismos/as representan, por ejemplo, cuando hablan por los demás en lugar de permitir que las personas hablen por sí mismas. En la clínica, el analizante cuestiona y desafía tanto el deseo como el poder simbólicamente estructurado.

Es por eso que la transferencia en la clínica es crucial para el tratamiento. Lo que se ‘transfiere’ a la clínica y se hace visible de manera experimental para los analizantes es el peculiar nudo de deseo y poder que los ha conver­tido en quienes son dentro de las estructuras sociales en las que nacieron. Entre las estructuras sociales más po­tentes con garantía simbólica se encuentra la familia, en su versión nuclear, como un mecanismo con funciones estereotípicas de género claramente distribuidas. Estas relaciones familiares se convierten en un modelo que in­viste emocionalmente otras estructuras político-econó­micas, cada una de las cuales luego se ‘trabaja’, aunque nunca se dejen enteramente en la clínica.

La clínica es un contenedor de resonancia experi­mental en el que el psicoanalista construye las condicio­nes para el tratamiento de tal manera que el analizante no sólo le está hablando directamente al psicoanalista, sino también a lo que representa y a lo que representa para el analizante. Lo que representa para el analizante está entonces dentro de la transferencia, y se sitúa como condición para el habla que está íntimamente conectada con una relación corporal íntimamente cercana. Así, el deseo se habla, se contiene y se cuestiona, en lugar de simplemente representarse. De esta forma, el analizante escucha y dice la verdad sobre la relación que ha forjado entre el deseo y el poder.

El encuentro con el deseo y el poder en la transfe­rencia dentro de la clínica, al igual que la replicación y la reflexión sobre las estructuras simbólicas político-personales, permite al analizante encontrar su interpre­tación inconsciente e insospechada de estas estructuras en el nivel de la fantasía. De esta manera, el analizante se enfrenta cara a cara con el poder y le dice la verdad, mientras que el analista tiene la responsabilidad ética de manejar el deseo y dirigir el tratamiento, no dirigir al analizante. El analista se configura a sí mismo como objeto de deseo, sabiendo que habría un abuso de poder si permite que el deseo sea promulgado en lugar de ser elaborado en el habla.

La repetición de formas de poder y deseo adquiere una dimensión extraña a través de la transferencia en la clínica. Esto resulta asombroso precisamente porque combina dos aspectos contradictorios de la subjetividad y pone de manifiesto la contracción entre la conciencia y el inconsciente. La transferencia vuelve manifiestos ciertos elementos de las relaciones político-personales del pasado del analizante, generalmente en la familia, que se han repetido a lo largo de su historia y que se pueden describir conscientemente al psicoanalista. Tam­bién da vida a otros elementos inconscientes que han quedado fuera de la conciencia, en una represión que tiene que ver con el deseo sexual y que está fuertemente investida de significados patriarcales y explotada por el capitalismo.

La ‘clínica’ no sólo opera dentro de la arquitectura material de la sala de consulta, sino que fuera de ella existe como una dimensión simbólica en virtud de la difusión del discurso psicoanalítico en la sociedad con­temporánea. Esto otorga un prestigio peculiar al psi­coanálisis entre quienes pueden pagar el tratamiento, y evoca sospechas entre quienes no pueden. Existe en­tonces un marco estructurado discursivo-práctico para la clínica como una forma de relación social que puede constituirse y reproducirse trabajando junto a otros mo­vimientos de liberación. La transferencia puede ser una forma de intensificar la privatización de la angustia o de conectar el tratamiento con la resistencia política.

Es tentador querer alejarse de la repetición de la es­tructura simbólica con la que nombra y trabaja el fenó­meno de la transferencia en el psicoanálisis. Es más ten­tador entre quienes tienen un poder que se ve amenazado por aquellos que hablan de deseo. Quienes están sujetos al poder son los que mejor se percatan de su funciona­miento. Aquí el ‘punto de vista’ en la política feminis­ta da voz a lo que hablamos en el psicoanálisis, lo que nos permite contrarrestar mejor la ‘tiranía de la falta de estructura’, la ilusión de que existe una ‘comunicación’ pura e inmediata, una evasión ideológica imaginaria de la contradicción política. Siempre hay estructura, tanto en la clínica como en la política.

La transferencia es, por lo tanto, una forma, en el do­minio limitado particular de la clínica psicoanalítica, de condensar, aprovechar y trabajar estructuras de acción a través de la repetición de significantes en la vida de un individuo y la repetición de patrones de comportamien­to. Trabajar a través de la transferencia conceptualiza­da como un nudo singular peculiar del poder y el deseo en la clínica abre el espacio para la libertad limitada de expresión y para la libertad de movimiento. Pero el po­tencial para esta libertad abierta de la clínica solo puede realizarse fuera de la clínica, en la actividad político-personal, cuando lo privado se vuelve público, colectivo y transformador.

 

  1. Transformación subjetiva: tiempo de comprender y momento de concluir

Vivimos en un mundo que ha dado lugar a una serie de formas de teoría y práctica psicoanalíticas que, a su vez, están mercantilizadas, convertidas en tratamiento priva­do disponible para unos pocos. Esto no es sorprendente, ya que cada teoría y práctica de la liberación se ha con­vertido, en un momento u otro, en una mercancía acadé­mica, distorsionada y en contra de los movimientos so­ciales. Es preciso comprender lo que es verdad sobre el psicoanálisis, para no dejar que aquellos con poder nos roben su potencial liberador como psicología crítica. Vi­vimos en un mundo en el que el psicoanálisis es necesa­rio, pero imposible (Adorno y Horkheimer, 1944/1979; Žižek, 1989).

El psicoanálisis se vuelve ‘imposible’ para muchas personas, particularmente para aquellas que participan en movimientos de liberación, sobre todo debido al fe­tiche del pago elaborado como autojustificación para el ejercicio de la pericia profesional, el estatus simbólico y el poder. Debemos incluir en nuestro trabajo psicoana­lítico un enfoque asentado en la memoria histórica re­primida de nuestra práctica, en la historia radical de las clínicas psicoanalíticas gratuitas en la Europa occidental continental. Debemos permitir que la transferencia vuel­va a funcionar como algo auténticamente psicoanalítico y no como una manifestación de dependencia inducida por el pago a alguien que pretende saber lo que pensa­mos o lo que hay dentro del inconsciente.

La imposibilidad del psicoanálisis se replica en el replanteamiento médico psiquiátrico del tratamiento en el que los aspectos de nuestra angustia se separan en elementos discretos especificados y se convierten en diferentes tipos de patología. Nos enferma este sistema político-económico, el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo. Necesitamos tratar esta enfermedad como un síntoma de las vidas que llevamos, no como indica­ciones de patología personal. Necesitamos convertir la enfermedad en un arma, hablar de ella como un arma contra el poder, superarla mientras hablamos de nues­tros deseos de transformación mundial y actuar colecti­vamente en función de ese deseo.

La imposibilidad del psicoanálisis en estas con­diciones de racismo generalizado, heterosexismo y degradación repetitiva de los excluidos del poder se intensifica por la individualización de la angustia. Aquí las formas de psicología, incluidas las formas de psicología psicoanalítica, operan junto con el psi­coanálisis psiquiátrico médico. La psicología preten­de reemplazar a la psiquiatría como un replicador de las relaciones precapitalistas de dominio profesional y servidumbre en las que los que sufren son tratados como ‘pacientes’. Pero esta psicología, que luego se arroja a sí misma hacia la teoría psicoanalítica, enten­diéndola como la mejor para dar forma a tratamientos rápidos cognitivo-conductuales adaptativos, replica así el capitalismo como tal.

La imposibilidad de una comunicación y compren­sión plenas es un problema que la psicoterapia preten­de, falsamente, resolver. Es una instancia de la ‘tiranía de la falta de estructura’ que promete una cura para la angustia en un mundo que está estructuralmente organi­zado en torno a la alienación. La psicoterapia evade sis­temáticamente la cuestión del poder. Si lo aborda intenta disolverlo en relaciones comunicativas imaginarias que construye en su propia forma de clínica. Así como el psi­coanálisis es una crítica más que una forma de psiquia­tría y psicología, el psicoanálisis es también, o debería ser, lo diametralmente opuesto a la psicoterapia, inclui­da la psicoterapia psicoanalítica que recupera, neutraliza y absorbe las nociones psicoanalíticas.

La ‘psicologización’, en sus diferentes aspectos con­tradictorios y rivales, reduce los fenómenos sociales a procesos psicológicos, como si los individuos fueran los responsables de resolver la angustia endémica en este mundo. Tampoco podemos ignorar el papel cómplice que el psicoanálisis ha desempeñado en esta psicologi­zación de la vida cotidiana, incluida la psicologización de la resistencia política.

La regla técnica fundamental de la asociación libre en el psicoanálisis está diseñada para hacer evidente al analizante que no puede hablar, en lugar de producir la ilusión de que podría ser libre de decirlo todo. Esta regla de asociación libre que estamos invitados a seguir den­tro de la clínica también habla de deseo político. Hablar sobre el deseo en la clínica permite poder hablar sobre él fuera de ella, y no para continuar llevando la clínica con nosotros en la vida cotidiana, evangelizando, sino para que podamos trascenderla, ir más allá de la clínica y enfocarnos hacia la política.

Este uso del psicoanálisis permitiría lograr la ‘supe­ración’ dialéctica del mismo; trabajar con él para tras­cenderlo. El objetivo no es mantener el psicoanálisis en su lugar, sino abolir las condiciones sociales que lo han hecho funcionar y transformar las formas de subje­tividad que requieren un tratamiento psicoanalítico. El impulso ético-político para que otro mundo sea posible, un mundo en el que nos asociemos libremente entre no­sotros y en el que el desarrollo libre de cada uno sea la condición para el libre desarrollo de todos. Nuestro objetivo es construir un mundo en el que el psicoanálisis sea posible, pero innecesario (Parker y Pavón-Cuéllar, 2017, 2021).

 

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Parker, I. y Pavón-Cuéllar, D. (2021, en prensa). Psicoanálisis y revolución: psicología crítica para movimientos de liberación. Pólvora Editorial.

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Cómo citar: Parker, I. (2022). Psicoanálisis y revolución: una psicología crítica para los movimientos de liberación. Tekno­kultura. Revista de Cultura Digital y Movimientos Sociales, 18(1), 97-106. http://dx.doi.org/10.5209/TEKN.77919

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