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¿Un posthumanismo más humano?

Las transformaciones científicas y tecnológicas en las que estamos inmersos afectan a nuestra propia condición humana. ¿Cuál es el sentido de tendencias como el posthumanismo? ¿Cómo pensar este «después»?

Marc Mela

14 MAYO 2019

creativecommons.org – license : CC BY-NC-SA 4.0

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En los últimos años ha cobrado importancia el concepto de «posthumanismo», en gran medida gracias a pensadores como Rosi Braidotti, Franco «Bifo» Berardi o Peter Sloterdijk, que recientemente han visitado el CCCB. Sin embargo, como la propia Braidotti afirmaba en la entrevista publicada en este blog, el posthumanismo no es un concepto cerrado, sino «más bien un índice para describir nuestro momento». No se trataría de comprender lo que el hombre es en esencia, sino de decidir lo que queremos ser, nuestro devenir como especie.

Asistimos a una época de incertidumbres y falta de certezas. La modernidad construida alrededor de un relato de progreso del conocimiento ha quedado en entredicho y, con ella, también el proyecto humanista fundamentado en una racionalidad instrumental, a partir de la cual el hombre debía ser capaz de transformar el mundo en su propio beneficio. Sin embargo, el conocimiento científico-técnico parece haberse mantenido al margen de esta crisis, hasta el punto de encontrarse en medio de una nueva revolución. Cuando celebramos treinta años del lanzamiento de la World Wide Web, en un momento en el que conceptos como «inteligencia artificial» o «machine learning» tienen cada vez más peso en los debates de la sociedad, parece inevitable repensar cuál es la relación entre el hombre y la técnica. ¿Es posible seguir pensando en la técnica como aquello que nos permite emanciparnos de nuestras necesidades y aumentar nuestra autonomía? ¿O bien debemos mantener la actitud crítica de rechazo a la racionalidad técnica, como algo inalienable del discurso de dominación que ha llevado a un mundo insostenible? Volvemos a una reconocible encrucijada: la tecnología desde el recelo o la tecnología como solución.

Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la técnica? Desde sus orígenes, el hombre se ha relacionado con el mundo de modo artificial. La técnica, por lo tanto, no sería otra cosa que la forma en la que el hombre se relaciona con el mundo, o, mejor dicho, el modo en el que el hombre construye su mundo. Quizás el problema no sea abrazar o rechazar la tecnología, sino analizar el mundo singular configurado a partir de la ciencia y la técnica contemporáneas. Examinar cuales son las condiciones de aquello que comúnmente llamamos «nuevas tecnologías» para, de este modo, poder determinar cuáles son sus mecanismos de poder, y cómo afectan y transforman la subjetividad contemporánea. Recuperar, como sostiene Marina Garcés en Nueva Ilustración radical,[1] la actitud crítica que ha quedado atrapada en un discurso que asimila la razón al proyecto civilizador de dominación propio del capitalismo moderno. Solo entonces podremos conocer el potencial emancipador que todavía hay en la tecnología. Parafraseando a Franco «Bifo» Berardi, se trataría de desarrollar herramientas conceptuales para orientarnos en el territorio de la transformación del sujeto contemporáneo.[2]

La humanidad aumentada

Es en este contexto donde cobra sentido el debate en torno al posthumanismo. Los nuevos cambios tecnológicos permiten pensar en una transformación significativa de lo que implica ser «humano». En su ensayo La humanidad aumentada,[3] Éric Sadin enuncia el surgimiento de una nueva forma de hombre fruto de una nueva relación entre lo humano y lo tecnológico. Durante décadas, la ciencia ficción ha especulado sobre la inteligencia artificial y ha llenado nuestro imaginario de ciborgs y hombres-máquina. Recientemente, podemos encontrar manifestaciones en la cultura popular que nos advierten de los peligros del «prometeísmo» a través de ficciones –como Terminator 3: La rebelión de las máquinas o Vengadores: la era de Ultrón– en las que las máquinas alcanzan un nivel de consciencia y autonomía que las lleva a rebelarse contra su subordinación al humano. Sin embargo, como es habitual, la realidad es más compleja. La «humanidad aumentada» de Sadin no remite necesariamente a robots antropomórficos; sino más bien a la constitución de una nueva realidad cibernética, construida a través de la incursión en el mundo de un sistema computacional infinito, fragmentado e invisible que abarca todas las esferas de la vida.

Según Sadin, esto habría sido posible gracias a tres factores. Por un lado, el avance en las técnicas de computación habría permitido una nueva interacción más dinámica con las máquinas. Gilbert Simondon, pensador influyente por sus reflexiones sobre la técnica, afirmaba que la revolución tecnológica no reside en un aumento de la potencia de cálculo, ni en una mayor automatización, sino «en el hecho de que una máquina preserve un cierto grado de indeterminación».[4] Con esto, Simondon llama la atención acerca de la capacidad de las máquinas para relacionarse con los datos y la información exterior de un modo casi sensible, incrementando notablemente su autonomía.

En segundo lugar, la ambición del ideal de dominio científico-técnico alcanza hoy en día un nivel de organización y cuantificación que conlleva la generación de un duplicado computacional del mundo. Si tradicionalmente la técnica servía para mediar con la realidad, actualmente el objeto de esta mediación no es tanto la realidad como su réplica digital. Sin embargo, no disponemos de los conocimientos técnicos para comprender la naturaleza de estas conexiones, por lo que se genera una nueva barrera con el mundo que implica, según Sadin, una «pérdida de visibilidad y de fricción sensible con las cosas, para introducir juegos de interferencia imperceptibles y automatizados».[5]

Por último, para que la transformación sea efectiva han sido necesarias la generalización y la universalización del uso de dispositivos tecnológicos, cada vez más completos y portables, que han permitido al sujeto digital estar conectado en todo momento. Este último punto permite cerrar el círculo: el smartphone como paradigma y puerta de entrada a esta nueva relación con lo tecnológico. Este dispositivo requiere de un nivel de interacción dinámico y flexible, así como de una cantidad ingente de datos que le permiten asistir de forma adecuada al nuevo sujeto digital. Pero a la vez sirve como fuente de datos para este mismo sistema cibernético, completando así la retroalimentación. La técnica contemporánea ya no se localiza en un objeto o dispositivo, sino en un entramado sistémico que conforma lo que el autor francés define como un «holismo computacional».

Un orden conectivo

La nueva subjetividad se constituye en este feedback entre nuestros dispositivos tecnológicos y el holismo computacional, y lo hace a partir de un doble gesto. En un primer momento se aniquila la posibilidad de una relación más sensitiva, al introducir una barrera con la nueva imagen del mundo. Solo entonces es posible recrearlo, ahora desde una asistencia digital fundamentada en un nuevo tipo de relación que se constituirá de forma necesaria y prestablecida. Berardi define esta transformación como el paso de la relación conjuntiva a la conectiva. Si la primera surge de la espontaneidad de la acción concreta y singular, fruto de nuestra capacidad empática para relacionarnos con la alteridad; la segunda respondería a la dimensión racional que nos permite abstraer la dimensión concreta y elaborar un entramado de signos compatible con una determinada estructura sintáctica, en este caso, el mundo digital. Para relacionarnos con el duplicado en la infoesfera es necesaria una relación conectiva, que rehúye del contacto directo y no deja lugar a lo indeterminado. En el orden conectivo, las relaciones se normativizan, se vuelven homogéneas y regladas. Hablamos del cambio directo sufrido por el hecho de estar constantemente sometidos al modo de hacer digital y algorítmico. Pero también de una mutación más profunda en nuestra sensibilidad. Nuestro cerebro, incapaz de adaptarse al ritmo y la cantidad de información que impone la realidad cibernética, se ve saturado, colapsado y forzado a economizar sus procesos. El único modo que tenemos de relacionarnos es asumir el nuevo lenguaje y adaptarnos a él. Para ello, sucumbimos al uso indiscriminado de dispositivos que, gracias a esa nueva computación dinámica, son capaces de orientarnos. El individuo es asistido por todo tipo de dispositivos y algoritmos que deciden por él y lo hacen encajar, a través de una coerción soft y transparente, con el nuevo mundo digital. En este proceso de homogenización, se evita cualquier tipo de indeterminación y diferencia que no favorezca la eficiencia del sistema. En su situación ideal, la nueva humanidad que surja de este nuevo paradigma no será política, en la medida en que no habrá en ella ni conflicto ni decisión. Pasamos del humano al posthumano a través un aumento de las capacidades. Su nueva relación con la técnica le permite adaptarse al nuevo mundo digital. Sin embargo, vemos como, lejos de abrir el campo de juego y hacernos más libres, esta nueva relación con la tecnología parece arrojarnos, paradójicamente, a un orden determinístico en el que nuestro comportamiento se inscribe en una serie de automatismos.

Dicho esto, parece que la única salida pasaría por volver a la dicotomía inicial y rechazar la tecnología, ahora bajo la forma de las redes sociales, las economías de plataforma o los aparatos de control biométrico… Sin embargo, urge preguntarse si no sería más interesante intentar romper la dicotomía planteada e ir más allá de este rechazo; intentar encontrar un modo crítico de acercarnos a la técnica. Desde este planteamiento, es posible entender de otro modo el posthumanismo, situándolo en la crisis del humanismo que surge tras el olvido de lo indeterminado. Bajo el dominio de la racionalidad técnica, el hombre queda reducido a su vertiente conectiva, viéndose inmerso en una serie de automatismos y predeterminaciones que anulan su singularidad. Existe una cierta inconmensurabilidad en lo humano que imposibilita cuantificarlo por completo y reducirlo a un lenguaje puramente técnico. Según este punto de vista, la proximidad de la utopía transhumanista en la que nos encontramos no se da debido a la posibilidad de crear un cerebro sintético, sino más bien a que, en una sociedad hipertecnificada, lo humano se ve reducido a su vertiente meramente conectiva, olvidando aquel aspecto indeterminado que lo caracteriza.

Bajo esta perspectiva, el posthumanismo implica alejarnos de un humanismo cimentado en torno a una concepción del hombre técnico, que convierte al mundo en su representación objetiva. Ello no implica necesariamente un rechazo de la técnica, sino que nos invita a pensar en un mundo postantropocéntrico. Deshacernos de la idea del mundo como representación, que sitúa al hombre como medida y principio último, para dar cabida a modos de hacer más allá de la racionalidad técnica, más allá de la racionalidad humana. Es necesario recuperar la consciencia de esta inconmensurabilidad, precisamente para afrontar el desafío de encontrar nuevas formas de abordar la realidad en la que nos encontramos. Establecer una nueva relación con lo tecnológico que parta de la consciencia de esta singularidad y se sepa irreducible a la cuantificación científico-técnica. Desde este enfoque, el posthumanismo se revela no como la determinación de nuestras relaciones, sino precisamente como el garante de su radical singularidad. Aquello que nos recuerda que no todo es reducible a datos, y nos ofrece la oportunidad de colocar límites a la hegemonía digital, para así devolver la técnica a su papel como instrumento para la emancipación.


[1] M. Garcés (2017). Nueva Ilustración radical. Barcelona: Anagrama.

[2] F. «Bifo» Berardi (2017). Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación colectiva. Buenos Aires: Caja Negra, p. 17.

[3] É. Sadin (2017). La humanidad aumentada. La administración digital del mundo. Buenos Aires: Caja Negra.

[4] G. Simondon (2008) El modo de existencia de los objetos técnicos. Buenos Aires: Prometeo Libros, p. 33.

[5] É. Sadin. op. cit., p. 44.

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Marc Mela — Licenciado en Física por la Universidad de Barcelona, se encuentra en el último curso del grado de Filosofía, que compagina con la docencia en la escuela CIC-ELISAVA de Barcelona.