Fuente: ANUARIO MUSICAL, N.o 78. enero-diciembre 2023, 7-12. ISSN: 0211-3538. https://doi.org/10.3989/anuariomusical.2023.78.01

Emilio Ros-Fábregas

Este editorial solo pretende constatar una obviedad: la presencia de la inteligencia artificial (IA) en nuestra sociedad y las incógnitas que plantea a las personas que nos dedicamos al estudio de las Humanidades en general y a la Musicología en particular. El tema no es nuevo, pero la irrupción de ChatGPT a finales de 2022 —con sucesivas versiones que se han desarrollado a lo largo de 2023— y su uso masivo en entornos laborales, académicos y de formación de jóvenes han contribuido a que tomemos conciencia de una tecnología tan impresionante que incluso sus propios creadores alertan de la necesidad de controlarla.2 El desarrollo de la IA es tan vertiginoso que da la impresión de que comentarios sobre posibles retos que plantea a nuestra disciplina —o a cualquier otra— pueden sonar naíf y caer inmediatamente en la obsolescencia. Por eso, solo aspiro a que estas líneas puedan servir de estímulo para debates con estudiantes en las aulas y para fomentar la organización de coloquios y reuniones científicas multidisciplinares que discutan más ampliamente el tema.

El aprendizaje automático (machine learning) a través de red neuronal artificial (artificial neural network), que imita el funcionamiento del cerebro, y especialmente el aprendizaje profundo (deep learning) como método para construir y entrenar redes neuronales artificiales, están produciendo una revolución con resultados espectaculares en  múltiples campos del conocimiento humano. La magnífica exposición IA: Inteligencia Artificial en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona mencionada en la nota 1 ofrece un panorama amplísimo, tanto de los precedentes históricos que han conducido al punto en el que nos encontramos, como de las innumerables aplicaciones beneficiosas que

ya está teniendo la IA, por ejemplo, en la investigación del genoma humano y sus consecuencia para la medicina, en la aproximación a problemas relacionados con el cambio climático, la organización de las ciudades, la educación o la creación artística.3 Al mismo tiempo, mientras sigue creciendo la capacidad de cálculo en los centros de datos que
requiere la IA, se incrementa el problema del enorme gasto de agua necesaria para la refrigeración de dichos centros, un serio motivo de preocupación para la sostenibilidad ecológica en aquellas comunidades en las que se instalan.4

¿Cómo puede afectar la IA a nuestra actividad personal y profesional en el campo de las Humanidades? ¿Cómo podemos beneficiarnos de esta tecnología y contribuir al desarrollo del conocimiento en nuestra disciplina? En la segunda mitad de 2023 han proliferado numerosas jornadas y congresos dedicados a la IA, ya sea como tema exclusivo o en el marco de foros multidisciplinares sobre Humanidades Digitales, lo que refleja en gran parte el efecto de la aparición del ChatGPT.5 Curiosamente, en grandes congresos musicológicos internacionales de 2023 (como el de la American Musicological Society, Denver, 9-12/11/2023) en los que la propuesta de comunicación debía remitirse en enero para presentarse en noviembre, el tema de la IA ha estado ausente del programa. Presumiblemente el interés irá en aumento dentro de la comunidad musicológica en los próximos meses y años, a medida que los avances, resultados tangibles e implantación de la IA en la vida cotidiana se hagan todavía más evidentes. Algunos posibles problemas que la IA pueda acarrear en el futuro a la humanidad fueron ya apuntados por Yuval Noah Harari en Homo Deus. A Brief History of Tomorrow (2015; versión en español 2016).6 La IA está aquí para quedarse y la cuestión es cómo guiarla para beneficiar a la humanidad y a la investigación (también musicológica) y cómo pueden regularse, al menos a nivel europeo, sus aspectos potencialmente más negativos.7

En un contexto tecnológico tan cambiante como el actual, el valor de nuestras actividades puede estar cada vez más en función de nuestras capacidades para contribuir al procesamiento de “datos”. La necesidad de adaptación de las personas a la estrecha colaboración con la IA para sobrevivir profesionalmente puede ser inevitable, pero complicada si la programación algorítmica de las máquinas entra en conflicto con los mejores valores humanos o la idiosincrasia personal. Es imprescindible desarrollar nuestras propias capacidades intelectuales para definir un terreno novedoso y personal en nuestras disciplinas y no verse arrastrados a la irrelevancia por la IA de los datos, especialmente en las Humanidades. Avances tecnológicos propiciados por la IA, que por una parte puedan resultar de gran interés para ampliar una disciplina humanística, podrían también acabar desvirtuándola. Por ejemplo, si preguntamos a ChatGPT o a Bard qué usos puede tener la IA en la actividad científica de un musicólogo, las respuestas de ambos recursos son distintas, pero coinciden en incluir un popurrí de actividades en el terreno de la composición musical o del análisis (de datos), la mayor parte de ellas asociadas a Music Information Retrieval (MIR) en el dominio de la ingeniería informática o la mercadotecnia, y no en el del tipo de investigaciones que actualmente desarrollan muchos musicólogos. ¿Estamos asistiendo a un cambio imperceptible, pero radical, en esta disciplina? ¿Qué formación tecnológica mínima debe incorporarse a los planes de estudio de la musicología para que los musicólogos del futuro puedan sobrevivir profesionalmente?8

La edición crítica de obras musicales es una de las actividades musicológicas que más pueden beneficiarse de los avances tecnológicos y de la IA, ya que el proceso de edición incluye diversas tareas relacionadas con importantes progresos tecnológicos. El reconocimiento óptico de partituras (Optical Music Recognition, OMR) para la transcripción a notación moderna, tanto de manuscritos como de impresos, está avanzando notablemente a través de procesos de aprendizaje profundo; esta tecnología podría ser una herramienta muy útil para los/las musicólogos/as y favorecer que el importante patrimonio musical histórico inédito guardado en archivos y bibliotecas fuera recuperado con mayor facilidad y rapidez.9 Sin embargo, transcribir y editar música no es un proceso exclusivamente automático (o «tedioso» como dice ChatGPT), sino que, para que sea de calidad, requiere de la intervención cualificada y sutil de musicólogos especializados.10 En el ámbito de la literatura, la aplicación Transkribus se ha utilizado, por ejemplo, para el reconocimiento óptico de textos manuscritos de cientos de comedias de Lope de Vega y sus contemporáneos, lo que ha facilitado un análisis estilométrico

capaz de contribuir a la identificación de autoría (o cambio de atribución) de algunas obras y de situar comedias sin fecha en un marco cronológico contextualizado con el resto de la producción de un autor.11 La transcripción de textos manuscritos antiguos de interés musicológico también puede beneficiarse de la tecnología OCR (del inglés Optical Character Recognition) y de los criterios editoriales de Transkribus y otras aplicaciones similares.12 En el ámbito audiovisual de repositorios hispánicos tan importantes como, por ejemplo, el Archivo de Radiotelevisión Española (RTVE), la IA ya está siendo utilizada para una detallada indexación de grabaciones que facilite su posterior estudio y divulgación.13

El paso de la simple reproducción de un texto musical (copia a mano, edición en papel, microfilm/microficha, fotocopia, imagen PDF) a la codificación de la notación musical —en formatos como MusicXML, Music Encoding Initiative (MEI), Humdrum, **kern, entre otros— ha supuesto una revolución en cuanto al acceso/diseminación de los datos y a la dimensión/envergadura de proyectos que habrían sido inconcebibles hace una o dos décadas.14 La codificación permite visualizar en línea ediciones musicales con su aparato crítico y el análisis de big data para establecer, por ejemplo, perfiles de compositores y explorar problemas de autoría de obras de atribución conflictiva o anónimas, entre otros muchos temas de investigación musicológica.15 Si a ello añadimos ahora las capacidades que se incorporarán progresivamente con el desarrollo de la IA, hemos de constatar que nos encontrarnos ante el inicio de una nueva era en la que la colaboración entre musicólogos y expertos en IA nos puede llevar a territorios insospechados.

En momentos como estos, puede resultar inspirador recordar los orígenes de un proyecto pionero como RILM Abstracts of Music Literature, creado por Barry S. Brook (1918-1997) ¡en 1966! Él consiguió la colaboración de instituciones internacionales, obtuvo abundante financiación y reunió el equipo y la mejor capacidad de computación informática de la época en Nueva York para hacer realidad a partir de 1967 una publicación global que sigue siendo hoy en día uno de los proyectos más exitosos de la musicología internacional (https://www.rilm.org/).16 Si el Index Thomisticus diseñado por Roberto Busa en colaboración con IBM en 1949 es considerado como el proyecto pionero de las Humanidades Digitales,17 podría considerarse que RILM Abstracts, que colaboró con los servicios informáticos del Graduate

Center, The City University of New York, fue igualmente el proyecto pionero de la musicología digital. RILM Abstracts utilizó primero el IBM System/360 (pronto migró a IBM System/370) —en aquel momento la máquina de computación más avanzada— para la creación de programas informáticos con los que procesar y ordenar automáticamente registros bibliográficos, resúmenes de publicaciones internacionales sobre música e índices de autores y temas.18 Este sistema siguió funcionando durante veinte años (1969-1988) y después se adoptaron otros avances más recientes. Resulta sorprendente que Barry S. Brook, sin conocimientos tecnológicos, pudiera concebir y crear RILM Abstracts y vislumbrara el potencial que tenía la computación en la Musicología del futuro; su lema «Do it all. Do it once. Do it well.» [Hazlo todo. Hazlo de una vez. Hazlo bien.] sigue plenamente vigente en la era de la IA. [ … ]

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