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Un psicólogo en los campos de concentración. Breve semblanza de Viktor Emil Frankl

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Resumen: El presente artículo es un breve acercamiento a la vida y pensamiento de Viktor Frankl, centrado, primordialmente, en los oscuros acontecimientos que atravesó en la II Guerra Mundial durante su internamiento en los campos de concentración. Se realiza una síntesis de las tres fases por las que atravesó como prisionero y al final un análisis donde se vislumbra el texto frankliano, tanto en sus connotaciones psicológicas, sociológicas y antropológicas, como en sus aportes a la comprensión de fenómenos psicosociales vinculados con el sufrimiento.

Palabras clave: Viktor Frankl, sentido de la existencia, sentido del sufrimiento, analisis existencial.

Fuente: InterSedes. On-line version ISSN 2215-2458 Print version ISSN 2215-2458. InterSedes vol.14 n.28 San José May./Aug. 2013. “All the contents of this journal, except where otherwise noted, are licensed under a Creative Commons Attribution License”.

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Un psicólogo en los campos de concentración. Breve semblanza de Viktor Emil Frankl (1905-1997)
Olman Antonio Briceño Zamora*

 

*Psicólogo. Docente e investigador. Sede Guanacaste. Universidad deCosta Rica.

 

Introducción

El 26 de Marzo de 1905 nace en una familia hebrea de Viena Víktor Emil Frankl; el escenario: una nueva centuria marcada por revoluciones culturales y el hervor  del psicoanálisis que toma fuerza en una sociedad burguesa agitada por el temor a la neurosis (Idoate, 1992).

Estas circunstancias ejercerán gran influencia en la vida académica de Frankl durante su estancia en la Universidad de Viena, en su etapa como discípulo de Freud y colaborador incipiente en la Revista Internacional de Psicoanálisis. En 1930 se licencia en medicina y pasa a trabajar en la Clínica Neurológica Universitaria. Posteriormente labora en la clínica Steinhof donde profundizará en estudios sobre neurosis, fobias y obsesiones (Idoate, 1992).

En el año 1936 Frankl logra especializarse en neurología y psiquiatría y en 1940 empieza a dirigir la sección de neurología del Rothschild Hospital, dedicado especialmente a los pacientes hebreos. Los años que siguen se verán marcados por la presencia de la dictadura Nazi, la persecución y exterminio del pueblo judío (Idoate, 1992).

Algunos hebreos, como la hermana del doctor Frankl, lograron huir a otras latitudes; no así el propio doctor, al quedar rezagado en un acto de solidaridad: “… tenía ya todos los documentos de emigración y permisos necesarios para marcharse a EE.UU, pero por fidelidad a su padre enfermo, a quién ayudaba desde su puesto del hospital, se expone al peligro vislumbrado de los campos de concentración.” (Idoate, 1992, p. 12)

Para esta misma época, en el año 1942, Frankl contrae nupcias con la joven Tilly, su prometida. Pocos meses después de la ceremonia la Gestapo apresa a la familia Frankl y sus miembros son confinados a distintos campos de concentración (Idoate, 1992). Cuatro de éstos ha de recorrer el doctor Frankl bajo la simple leyenda de un número escueto: el 1190104. El trance por una de las mayores barbaries del mundo occidental cambiará su vida radicalmente.

“¿Habéis dicho alguna vez sí a la alegría? ¡En este caso habéis dicho sí a todo dolor!”. La frase de Nietzsche (citado por Ramírez, 1999) ha de develarse como una realidad ineludible para Frankl.

Al comenzar sus re-vivencias personales, en el libro “El hombre en busca de sentido”, éste advierte que su relato no versa sobre una simple sucesión de hechos y acontecimientos históricos, sino que trata de aquellas vivencias y experiencias personales que millones de seres humanos han padecido (Frankl, 1946/2001).

La pregunta crucial que ha de orientar el recorrido, el “vía crucis” de este médico vienés a través de la “Shoa”, es una pregunta simple, pero a la vez compleja y perturbadora: ¿Cómo incidía la vida diaria de un campo de concentración en la mente del prisionero medio?

La respuesta inicial a éste cuestionamiento es desoladora. Lejos de la solidaridad que pudiese conllevar el vivir una desgracia grupal, se presencia la dura lucha entre los prisioneros por seguir viviendo, el combate incesante por la comida y por la vida misma.

Frankl (1946/2001) ilustra esta situación haciendo referencia a las veces en que se preveía el traslado de unos cuantos prisioneros a un campo de concentración, no sin antes adivinar que lo que les esperaba a estos era la cámara de gas. Se seleccionaba a los más enfermos o agotados, incapaces de trabajar, y se les enviaba a alguno de los campos centrales equipados con cámaras de gas y crematorios.

La selección se veía impregnada de pugnas internas entre compañeros o grupos. La preocupación principal radicaba en que el nombre propio y el del amigo fuera tachado de la lista, aunque se supiera, advierte Frankl (1946/2001), que por cada hombre que se salvaba se condenaba a otro. ¿Que la vida es un caminar hacia la muerte? Sí, pero que la misma vida sea un esperar de cualquier modo la muerte, tiene connotaciones verdaderamente trágicas.

Como parte de la sistematización vivencial de estas experiencias Frankl (1946/2001) dispuso tres fases para esclarecer el propio entendimiento de ese amargo recorrido. La primera fase apela al internamiento en el campo, la segunda explica la autentica vida en éste y la última trata de las experiencias siguientes a la liberación.

1-Fase de internamiento. La existencia desnuda.

La primera fase está caracterizada por un síntoma concreto: el shock. Ejemplo claro de este impacto emocional en los prisioneros es el encuentro con la soledad que representaba atravesar largas distancias en total hacinamiento, teniendo como camas el propio equipaje, sin conocer, siquiera, donde se encontraban para que luego el silbato de la locomotora, diera un duro golpe a las esperanzas de cada uno de los que se encontraban en el duro trance del desarraigo:

Entonces el tren hizo una maniobra, nos acercábamos sin duda a una estación principal. Y de pronto, un grito se escapó de los angustiados pasajeros: “!Hay una señal, Auschwitz¡. Su solo nombre evocaba todo lo que hay de horrible en el mundo: cámaras de gas, hornos crematorios, matanzas indiscriminadas…Me estremecí de horror, pero no andaba muy desencaminado, ya que paso a paso nos fuimos acostumbrando a un horror inmenso y terrible (Frankl, 1946/2001. p. 26).

Luego de un corto lapso de internamiento, lo único que poseían era su existencia desnuda. Todo lo material les era arrebatado; hasta el pudor por la intimidad de sus cuerpos era sometido a la más dura prueba. Al fin y al cabo que pudor podía valer más que la propia vida, y que pertenencia personal más que un trozo de pan. En medio de esta barbarie lo que se podría considerar una  pequeñez podía significar la diferencia entre seguir vivo o morir:

Mientras esperábamos a ducharnos, nuestra desnudez se nos hizo patente: nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos y lirondos (incluso sin pelo); literalmente hablando lo único que poseíamos era nuestra existencia desnuda. ¿Qué otra cosa nos quedaba que pudiera ser un nexo material con nuestra existencia anterior? Por lo que a mí se refiere, tenía mis gafas y mi cinturón, que posteriormente hube de cambiar por un pedazo de pan. (Frankl, 1946/2001.p 34)

En estas condiciones muchos, en su desesperación, optaron por lanzarse contra la alambrada y morir electrificados. A pesar de la desesperanza que le llegó a ocasionar la muerte de otros prisioneros y, con ello, la ideación suicida que alcanzó a embargar su mente, la primera noche que Frankl pasó en el campo se hizo a sí mismo la promesa de que no se lanzaría contra la alambrada, lo cual hubiera significado morir instantáneamente. En su propio testimonio asegura que esta decisión negativa no era difícil de tomar en Auschwitz, tampoco tenía objeto alguno suicidarse, ya que para el término medio de los prisioneros, las expectativas de vida eran muy escasas: “Pasados los primeros días, incluso las cámaras de gas perdían todo su horror; al fin y al cabo, le ahorraban a uno el acto de suicidarse.” (Frankl, 1946/2001.p38)

2-La vida en el campo. El amor como la meta última.

La fase de la vida en el campo conllevaba una serie de reacciones producto de una gran apatía emocional que comportaba, por su parte, una especie de muerte emocional. Esto, claro está, se exteriorizaba posterior al sentimiento de desarraigo familiar y a la nostalgia por los seres amados. La apatía emocional se manifestaba claramente en la insensibilidad a los golpes y maltratos recibidos en forma diaria y continua. Los golpes no resultaban tan incisivos como los insultos y el sufrimiento de saber que todo aquello era una injusticia, el saber lo irracional de tanta barbarie (Frankl, 1946/2001).

En la última parte del encarcelamiento en Auschwitz la dieta diaria consistía en una sopa aguada y un trozo de pan, la cual sostenía la vida de Frank y la de sus compañeros, encargados de llevar a cabo trabajos forzados en un campo congelante al que eran conducidos todas las mañanas. Visto así, no es difícil suponer que la vida mental de los prisioneros girase en torno al instinto natural más primitivo que era el deseo de procurarse los alimentos. El deseo sexual brillaba por su ausencia, aún en los procesos oníricos, contrariando la posición psicoanalítica según la cual los instintos inhibidos deberían manifestarse de forma muy especial en los sueños (Frankl, 1946 / 2001).

Habían transcurrido buen numero de meses y el grupo marchaba a tropezones para llegar a su lugar de trabajo, cuando uno de los compañeros de prisión le susurro a Frankl en el oído: “¡Si nos vieran ahora nuestras esposas!” Aunque breve, este comentario le generó una revelación estética que llegó a develarle el sentido de la vida en esa situación concreta, lo cual significó de algún modo, el encontrar la salvación a través del amor. No en vano Hernández, el poeta, confinado en una prisión durante la guerra civil española escribió “Libre soy, siénteme libre. Sólo por amor”:

…mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a quien vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, la veía sonriéndome con su mirada franca y cordial. Real o no, su mirada era más luminosa que el sol del amanecer.
Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humano nos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad –aunque solo momentáneamente -si contempla al ser querido (Frankl, 1946/2001, p. 63).

Aún con la trágica verdad que supuso saber que sus padres y también esposa habían fallecido en los campos de  exterminio, Frankl afirma con vehemencia que el amor encuentra un sentido, aún en medio del sufrimiento, cuando logra trascender la persona física para llegar al ser espiritual:

Mi mente se aferraba aún a la imagen de mi mujer. Un pensamiento me asaltó: ni siquiera sabía si ella vivía aún. Solo sabía una cosa, algo que para entonces ya había aprendido bien: que el amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su significado más profundo en su propio espíritu, en su yo íntimo…No sabía si mi mujer estaba viva, ni tenía medio de averiguarlo, pero para entonces ya había dejado de importarme, no necesitaba saberlo, nada podía alterar la fuerza de mi amor, de mis pensamientos o de la imagen de mi amada (Frankl,
1946/2001.p. 64)

3-la liberación. La no persona.

Luego de tres penosos años, en 1945, Frankl es liberado, pero su felicidad se ve ensombrecida por la muerte de sus seres queridos (Sirlopú, 2001). La liberación implica una libertad a medias, una forma progresiva de “despersonalización” como síntoma generalizado. Frankl (2001), en su testimonio, da cuenta de lo irreal de lo improbable, de lo onírico que resultó en un principio el estar libres, menciona a su vez el sentimiento irremediable de tristeza que embarga a la persona luego de haber atravesado tanto dolor.

Después de la liberación Frankl decide retornar a Viena y es nombrado jefe del departamento de Neurología de la policlínica de esa ciudad. En 1946, sale a la luz su obra más celebrada y considerada por muchos un verdadero clásico: “Un psicólogo en un campo de concentración”, Ein Psychologerlebt das Konzentrationslager, (versión alemán de “El hombre en busca de sentido”). Posterior a este volumen, Frankl escribe una treintena de libros, traducidos a más de 20 idiomas. Entre estos: La presencia ignorada de Dios, Psicoanálisis y existencialismo, El hombre doliente etc. (Sirlopú, 2001).

En Estados Unidos Gordon Allport saluda la aparición de la Logoterapia como una de las contribuciones fundamentales a la psicoterapia. Las universidades de Harvard, Stanford, Pittsburgh y Dallas lo invitan como profesor y conferenciante, siendo, asimismo, investido de múltiples distinciones por sociedades académicas del orbe. Esto no conllevó una modificación sustancial en su estilo de vida, dedicándose a la docencia y consulta privada en su Viena natal. Frankl falleció el 2 de setiembre de 1997 como consecuencia de una falla cardiaca a los 92 años de edad (Sirlopú, 2001).

La vida de Víktor Frankl es claro testimonio de su pensamiento científico. Es la coherencia entre el hombre y el científico lo que hace atractivo el análisis existencial y la logoterapia. Es la solidez y continuidad interna durante todo el proceso vital del Doctor Frankl, la que dio vida a la tercera escuela vienesa de Psicoterapia y la que, hoy en día, sigue dando validez a la exploración del sentido de la vida humana en las circunstancias más limitantes y dolorosas (Freire, 2002).

Consideraciones finales

Kierkegaard (citado por Ramírez, 1999) afirma que la tarea del pensador existencial es entenderse a sí mismo en su situación y es esta dimensión del conocimiento propio la que Frankl lleva hasta las últimas consecuencias en la peor de las condiciones.

Frankl no se esmera en dar detalles del macro-contexto en el cual se desarrolla su propio drama, pero si deja muy claro el peso real de éste en el cuerpo y en la mente de las víctimas.

La posición de su discurso es la de un hombre atravesado por lo que habla, por lo acontecido. La distancia epistemológica con la que, en algunas veces, relata su vida en el campo de concentración, devela el propio mecanismo de auto-distanciamiento utilizado para estar “por encima” (actitudinalmente) de la condición de prisionero, lo cual es evidente en la medida en que no se encuentran resquicios de victimización en su vasta literatura.

No hundirse en el peor de los vacíos en un contexto donde todo parece llevar a ello, puede implicar una forma de racionalización de la emotividad, es decir, un yo axiológicamente direccionado a brindar valor (significado) a aquello que adviene fatalmente adverso, en lenguaje frankliano, la atribución de sentido a un dolor que visto desde fuera resulta ignominioso, pero subjetivamente “necesario” en cuanto ineludible.

El órgano del sentido, la conciencia, es así un facultador inagotable de múltiples significancias que trascienden lo situacional, es desde ahí que Frankl plantea la imagen de un ser humano incondicionado, donde ni lo circunstancial, ni lo ideológico, en el significado más clásico del término, pueden determinar o limitar la situación del ser humano.

El ejercicio realizado por Frankl al ir racionalizando la monstruosidad de los episodios descritos, refleja el uso de la memoria como herramienta facultativa para explorar horizontes de sentido. Es decir, por un lado está el sentido “in situ” de lo acontecido en el momento de la tragedia y, por otro, el de un narrador que al traer al presente lo vivido reconstruye, analiza y explora los significados.

Sobreponerse a los hechos dolorosos también parece tener como co-proceso la posibilidad de encontrar un escenario donde re-capitular y re-memorar dichos hechos, desde una verdad única y real para la persona como lo es la de su propio testimonio en la relación con un otro que escucha o que lee lo sucedido. Para Frankl el propio testimonio se convierte en postulado teórico-científico, en el eje axial de su antropología (homo patiens).

Frankl al disponer de su texto-vivencia como base fundamental de su obra está reflejando que su propio proceso de reconstrucción personal no es algo olvidado o superado, es algo con lo que vivió y lidió también desde su quehacer como terapeuta. Al asombrarse de la capacidad propia para encontrar el sentido de su existencia en una las peores facetas de la historia de la humanidad su labor terapéutica consistirá, en adelante, en despertar el sentido de la existencia en aquellas personas que se consideran condicionadas o limitadas por una enfermedad o situación donde parece no haber salida. El sentido de lo sufrido actúa como acicate.

Lo aprendido, lo vivido, lo rememorado, para que se convierta en recurso que dé significado a los elementos circunstanciales de la vida cotidiana, a los momentos difíciles, a las situaciones dolorosas, deberá vincularse con el ejercicio dialógico de la memoria biográfica o el discurso testimonial en escenarios donde haya un interlocutor (institucional, personal, familiar, terapéutico) que respete, valide y de un lugar a dicho discurso.

Yéndonos más al contexto Latinoamericano, el texto-vivencia de Frankl se convierte en un claro ejemplo de la importancia de dar cuenta de la verdad de las víctimas en situaciones donde la guerra, las desapariciones, y el dolor por las pérdidas que éstas causan continúan teniendo gran vigencia. Potenciar los escenarios sociales donde transita el discurso de quienes han sufrido lesiones en sus derechos, o de quienes se han visto vulnerados por una situación dolorosa, es parte de un proceso de re-construcción socio-personal, donde la posición del inter-locutor no determina, pero sí amplía, las posibilidades de descubrir el sentido social de los acontecimientos y el potencial transformador que éstos albergan, por más ignominiosos y dolorosos que sean.

La obra de Viktor Frankl si bien ha sido proveedora de herramientas importantes en el área de la psicología clínica (logoterapia) y la filosofía (análisis existencial), debe ser también considerada como un recurso teórico-práctico válido en la construcción de modelos de trabajo psicosocial donde otorgar sentido al sufrimiento podría tener un papel primordial en la reconstrucción de los tejidos sociales, familiares y personales, potenciando valores actitudinales que, al despertar significados puntuales, generen acciones transformadoras para trascender los victimismos y determinismos en favor de modelos auto-organizados, donde la reconstrucción de la memoria histórica vaya acompañada de horizontes colectivos y sentidos compartidos.

 

Referencias bibliográficas

Frankl, V. (2001) El hombre en busca de sentido. Barcelona: Editorial Herder.
Freire, J. (2002) Acerca del hombre en Víktor Frankl. Barcelona: Editorial Herder.
Idoate, F. (1992) Fundamentos antropológicos, psicológicos y terapéuticos de la Logoterapia. San José : Universidad Autónoma de Centro América.
Ramírez, C. (1999) Preparando el regreso a lo real. Introducción a cinco pensadores existencialistas. San José: EUNED.
Sirlopú, D. (2001, junio) Consideraciones sobre el aporte de Víktor E. Frankl a la Psicología y la Psicoterapia. Revista de Neuro-Psiquiatría del Perú, 64. Recuperado el 22 de Octubre de 2012, de http://sisbib.unmsm.edu.pe/bvrevistas/neuro_psiquiatria/v64_n2/victorfrankl.htm.

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