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[2] El iCapitalismo y el cibertariado.

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Artículo publicado en Monthly Review, vol. 66, nº 8, enero de 2015, pp. 42-57. Traducción de Víctor Ginesta. Ursula Huws es profesora de Trabajo y Globalización en la Universidad de Hertfordshire, en el Reino Unido, y fundadora de Analytica Social and Economic Research. El presente artículo es una adaptación de la Introducción de su libro Labor in the Digital Economy: The Cybertariat Comes of Age (Monthly Review Press, 2014). Monthly Review. Selecciones en castellano, 3ª época, nº 1, septiembre de 2015. Edición online.

Fuente: Monthly Review. Selecciones en castellano by www.monthlyreview.org.es

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[2] El iCapitalismo y el cibertariado.
Contradicciones de la economía digital.
Ursula Huws.

 “… el capitalismo no solo sobreviva a sus crisis periódicas, sino que salga de cada una de ellas con renovado vigor y con todo un nuevo arsenal de recursos para replantear su relación con el trabajo en nuevos términos.”


Sección 2.

(Transición)

1. Cuatros periodos.

2. Transformaciones y contradicciones.


(Transición) … Además, cada una de esas interacciones electrónicamente mediadas genera ingresos para las empresas multinacionales que gestionan los servicios de telecomunicaciones. En efecto, la comunicación social implica ahora el pago de un diezmo a dichas compañías por cada persona en el mundo que tiene un contrato de telefonía móvil o una conexión a internet en casa, y la cifra de estas no deja de aumentar exponencialmente. Además de generar ingresos por llamadas y por banda ancha, comunicarse a través de una red de telecomunicaciones con un dispositivo digital también reporta ingresos para muchas otras empresas, grandes y pequeñas, como las que diseñan los sistemas operativos o las aplicaciones, o las que cobran a los usuarios por jugar online. Y esto no es todo.

Cuando la socialidad humana está mediada por sistemas de telecomunicaciones, esta deja rastros digitales allí donde va, huellas que pueden desenterrarse para generar información que permite dirigir la publicidad a sus destinatarios con cada vez mayor precisión. Así, internet ha acabado por constituir un enorme centro comercial virtual que bombardea a los usuarios con un flujo constante de publicidad que saca partido de sus debilidades personales. Tan acostumbrados estamos muchos de nosotros a esos mensajes de publicidad omnipresentes que es fácil olvidar lo muy perjudiciales que son. Desde la temprana infancia, a muchas personas se le dice, centenares de veces al día, que están gordas, que son feas, indeseables, que huelen fatal, que están risiblemente anticuadas, que sus pechos o sus penes no tienen las dimensiones adecuadas o no son lo bastante firmes, y que no es probable que sean populares a no ser que compren cualquiera de los productos que se ofrecen para resolver mágicamente su problema. Por ese medio, incluso las compañías que producen los productos más materiales y menos virtuales consiguen intensificar las ventas, y logran vender más sus productos aun cuando podría creerse que sus mercados están ya saturados. Eso se consigue en parte persuadiendo a la gente de que utilice mayor cantidad de estos, por ejemplo, duchándose varias veces al día y usando aún más gel de ducha y más champú; en parte fomentando una especie de bulimia colectiva del consumo, en la que se compran obsesivamente productos que luego rápidamente se tiran y se sustituyen, y en parte mediante el desarrollo de nuevos productos. Todo ello, por supuesto, además de las formas tradicionales de expansión basadas en encontrar consumidores vírgenes a quienes vender en las economías en desarrollo.

La publicidad online es más intensa y está mejor dirigida al destinario que cualquiera de las formas anteriores de publicidad, pero no hay nada intrínsecamente nuevo en esta forma de vender, a pesar de que no hay ninguna duda de que internet ha permitido a algunas empresas multinacionales crecer, consolidarse y extender notablemente su alcance global. Una novedad no tan esperada de la mercantilización de la socialidad ha sido la gran alza experimentada por las empresas que obtienen beneficios gracias a extraer ingresos tanto de las empresas de producción de bienes como de los clientes de estas en internet, gracias a que, por un lado, proveen los medios para que los usuarios de la web se comuniquen entre sí (por ejemplo, usando Facebook o Googlemail) y, por otro lado, los persuaden de que entreguen sus secretos más íntimos a los anunciantes para que estos exploten sus debilidades.5 Si tenemos en cuenta los enormes ámbitos nuevos de mercantilización que acabo de resumir aquí, así como otros que no he descrito en detalle, no es sorprendente que el capitalismo no solo sobreviva a sus crisis periódicas, sino que salga de cada una de ellas con renovado vigor y con todo un nuevo arsenal de recursos para replantear su relación con el trabajo en nuevos términos.

Para entender qué está cambiando en esa relación entre capital y trabajo, tal vez sea útil pensar en periodos anteriores. Por supuesto, todo intento de establecer periodos en la historia tiene sus riesgos. Centrar la atención en un momento de ruptura implica normalmente ignorar los muchos puntos de continuidad que se mantienen constantes en un segundo plano y, dado que las semillas de todo fenómeno nuevo se encuentran en el periodo precedente, es raro que pueda determinarse con precisión el momento exacto de su nacimiento. Aun así, es difícil negar que existen ciertos momentos en los que los nuevos fenómenos alcanzan una masa crítica que provoca cambios tanto cualitativos como cuantitativos. Los cambios sociales y económicos, así como las innovaciones tecnológicas a las que suelen estar íntimamente vinculados, tienden a seguir un camino similar. A los experimentos raros de pioneros o de las élites les sigue una adopción voluntaria más amplia, a la que, a su vez, sigue la adopción en masa que acaba provocando una situación en la que la utilización de lo que sea (la asistencia a la escuela, la electricidad, el teléfono, la comida preenvasada) se ve como algo tan normal que las instituciones sociales y las políticas se diseñan sobre la base de que se trata de prácticas universales.

Yo sostengo que vivimos ahora en un periodo en el que una serie de factores económicos, políticos y tecnológicos que se refuerzan mutuamente han producido un cambio así de radical en el carácter del trabajo. No deseo sugerir aquí que todo el trabajo ha cambiado. Ni mucho menos. Mi argumento es, más bien, que toda una gama de características del trabajo que antes se consideraban excepcionales o poco habituales, ahora una creciente proporción de la población las da por sentadas y, en ese proceso, se han transformado también las expectativas de lo que debería ser el comportamiento «normal» en el trabajo. A esta situación no se ha llegado de la noche a la mañana. Se pueden reseguir sus orígenes hasta periodos anteriores en que eran otros los modelos dominantes. Simplificando considerablemente (hay, por supuesto, muchas excepciones y contraejemplos), argüiré aquí que ha habido tres periodos de este tipo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y que ahora estamos en el cuarto.6



1. Cuatros periodos.

(Periodo 1) En el primero de esos periodos, que va aproximadamente de 1945 a 1973, asistimos a la creación de lo que se ha denominado diversamente como «Estado de bienestar keynesiano de posguerra», «Edad de Oro del capitalismo», «fordismo» o «Les Trente Glorieuses».7 En las economías capitalistas desarrolladas de Occidente, y en algunas economías en desarrollo, fue este un periodo de planes económicos nacionales, a menudo desarrollados mediante estructuras tripartitas formadas por los gobiernos nacionales, los empresarios y los sindicatos. Aunque algunas empresas eran ya multinacionales en este periodo, en la economía dominaban las empresas nacionales (a veces nacionalizadas) dispuestas a negociar pactos de escala nacional. Eso permitía a los gobiernos, al menos en algunos países, utilizar las leyes antimonopolio de principios del siglo XX para ejercer un cierto control sobre el comportamiento empresarial. Muchas industrias seguían dependiendo de capacidades que eran específicas de un sector particular o de una empresa concreta, lo que otorgaba a la mano de obra un cierto poder negociador en industrias o regiones particulares. Aún más importante era el hecho de que la Guerra Fría suponía un fuerte incentivo para alcanzar acuerdos especiales con el trabajo. Como telón de fondo, en Norteamérica, en Europa Occidental y en otros lugares, existía un gran temor de que, si no se hacían concesiones a los sindicatos, los trabajadores se pasarían al comunismo. Fue durante este periodo cuando se establecieron ciertas expectativas, al menos en el caso de los varones blancos cualificados, de que los empleadores suministrarían empleo sostenido y contractualmente formalizado, ofrecerían vacaciones regulares, bajas por enfermedad, pensiones y perspectivas de progreso. Para muchos trabajadores, la realidad no era exactamente esa, sobre todo para las mujeres, las personas pertenecientes a minorías étnicas y las empleadas en trabajos de baja cualificación. Pero, aunque no fuera una realidad universal, se veía como una legítima aspiración no solo en las economías desarrolladas, sino también en los países en vías de desarrollo, donde el «desarrollo» se imaginaba a menudo como la consecución de un mercado laboral formal caracterizado por trabajos permanentes de jornada completa, igual que los de Occidente. En ese modelo de mercado de trabajo había implícito un modelo de familia, que tampoco concordaba con la realidad de muchos trabajadores: el trabajador a jornada completa se concebía como varón sostén del hogar y cabeza de una familia dependiente donde otras realizaban el trabajo reproductivo no remunerado.

(Periodo 2) La crisis del petróleo de 1973 se puede considerar que marca el final de este periodo y el inicio del siguiente, que se extiende aproximadamente desde mediados de la década de 1970 hasta finales de la de 1980. En esos momentos, en un contexto de caída de la rentabilidad, se agudizaron los conflictos entre los empresarios y el trabajo, y los primeros recurrieron cada vez más a los trabajadores inmigrantes y las mujeres (muchas de ellas empleadas a media jornada) para ocupar puestos peor pagados. Oleadas de fusiones y adquisiciones provocaron una creciente concentración de capital, y las compañías multinacionales resultantes empezaron a relocalizar los trabajos de manufactura a países con menores salarios, a veces a Zonas de Procesamiento de Exportaciones especialmente diseñadas donde estaban a resguardo de las leyes de seguridad y medioambiente y que les ofrecían ciertas ventajas fiscales. Los gobiernos nacionales y regionales, cuyo poder para regular estas compañías era cada vez menor, se vieron forzados progresivamente a entrar en competencia para atraer inversiones directas extranjeras, y a ofrecer subsidios y otros incentivos para atraer a su territorio premios tales como una gran fábrica automovilística. Mientras tanto, el desarrollo de las tecnologías de la información hizo posible la simplificación y la estandarización de muchos procesos laborales, entre ellos los de las industrias de servicios empresariales, lo que socavó el poder de negociación de algunos grupos de trabajadores tradicionalmente bien organizados, a la vez que inauguraban nuevas áreas de empleo para otros grupos. La desindustrialización creó paro estructural en algunas regiones, pero el modelo del «trabajo de por vida» era aún objeto de reivindicación. En el Occidente global, los sindicatos seguían siendo fuertes en muchas regiones, y las pérdidas en algunos ámbitos se veían compensadas por las ganancias en otros, sobre todo en el sector público y en las industrias de servicios, que empleaban a grandes cantidades de mujeres y de minorías, que eran cada vez más reivindicativas en la búsqueda de la igualdad y de nuevos derechos. Aun-que empezó a surgir un cierto discurso sobre el empleo «atípico», seguía pensándose que el empleo, en general, era algo sujeto a regulación formal y negociación contractual.

(Periodo 3El inicio simbólico de la siguiente fase puede fecharse en la caída del muro de Berlín en 1989, pero ese momento tan significativo coincidió con todo un conjunto de otras evoluciones políticas, económicas y tecnológicas que, tomadas en su conjunto, provocaron un cambio de tal escala que está justificado considerar que el siguiente periodo, que va aproximadamente de 1990 hasta mediados de la década de 2000, constituye una época distinta en las relaciones laborales. No fue únicamente que el final de la Guerra Fría abriera el mundo entero de par en par como potencial terreno de acumulación de capital (a la vez que acababa con el temor de que los trabajadores se pasaran en masa al comunismo). Todo ello se vio reforzado además por una oleada general de desregulaciones que inauguró el libre comercio de bienes y servicios y permitió la circulación sin restricciones de capital, propiedad intelectual e información a través de las fronteras nacionales de todo el mundo. La desregulación no solamente afectó a las restricciones al comercio. Los regímenes neoliberales pasaron a la ofensiva contra los sindicatos, redujeron las protecciones al empleo y pusieron en marcha un proceso de privatización que comenzó a abrir el sector público para convertirlo en un nuevo ámbito de obtención de ganacias.8 Mientras tanto, las tecnologías de la información que habían empezado introducirse en el periodo anterior alcanzaron una masa crítica y se volvieron más baratas y ubicuas. El potencial de producción aportado por la digitalización había sido limitado mientras el alcance esta se limitaba básicamente a ordenadores individuales en lugares concretos; sin embargo, dicho potencial aumentó enormemente cuando las Tecnologías de la Información (TI) se combiaron con las telecomunicaciones para constituir las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), lo que propició que los ordenadores individuales se unieran entre sí de forma cada vez más completa y que el intercambio de contenidos se realizara con tanta rapidez como permitía la capacidad de las infraestructuras de comunicaciones.9 En 1992, se creó la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU por sus siglas en inglés), y dio comienzo una época de rápidas desregulaciones y de mejora de las redes de telecomunicaciones en todo el mundo, acompañadas del descenso de los precios de algunos servicios y lanzamiento de otros nuevos, como la telefonía móvil. Ese mismo año se envió el primer mensaje de texto SMS y se lanzó de la World Wide Web, que pasó de contar con 50 servidores web en enero de 1992 a más de 500 para octubre del mismo año.9 En 1992, la India suprimió las barreras que le habían impedido exportar software, y propició la posibilidad de emprender el procesamiento remoto de información digitalizada a gran escala.

Así, todo estaba dispuesto para el desarrollo de una división global del trabajo de procesamiento de información, a imagen de lo que había empezado a pasar en el periodo anterior con el trabajo de producción. Por supuesto, las cosas no cambiaron de la noche a la mañana. Hubo muchos tropiezos por el camino. Los primeros en aprovechar la externalización al extranjero que hacían posible las TIC toparon con muchos problemas, entre ellos los creados por la incompatibilidad técnica entre diferentes sistemas, la falta de infraestructuras adecuadas, los problemas de comunicación, las diferencias culturales, las resistencias de los trabajadores y sus jefes y la dificultad de estandarizar procesos complejos muy basados en los conocimientos tácitos de los trabajadores. Aunque se impulsó activamente la enseñanza de las lenguas globales y de las capacidades informáticas por parte de toda una diversidad de entes nacionales e internacionales, hizo falta tiempo para que estas se extendieran. Aun así, en la década de 1990 se produjo un incremento sostenido de las externalizaciones a regiones en desarrollo de la India y otras partes de Asia y Latinoamérica, al que no solo contribuyó el aumento general de los servicios que ahora era posible deslocalizar, como los centros de asistencia telefónica, sino también la necesidad de producir de manera rutinaria y a gran escala software vinculado a actividades como la conversión de las divisas europeas al euro, a la potente eclosión de internet y al tan publicitado «virus del milenio».10

Al mismo tiempo, este fue un periodo tanto de crecimiento frenético como de inestabilidad económica. Las economías del «Tigre Asiático» ascendieron hasta entrar en bancarrota a mediados de la década de 1990, y a finales de esa misma década la burbuja de las puntocom se hinchó hasta estallar. Sin embargo, el uso de las TIC se extendió inexorablemente por todo el planeta y surgieron nuevas industrias y empresas basadas en dicho uso. Entre estas se cuenta la «nueva generación de multinacionales», como las describió la UNCTAD en 2004,11 especializadas en la prestación de servicios empresariales externalizados, proveedores globales de telecomunicaciones, conglomerados de medios de comunicación y los primeros pasos de los gigantes corporativos que ahora dominan internet.12

Fue hacia el final de este periodo cuando las comunicaciones digitales telemediadas se convirtieron en parte habitual de la vida cotidiana (igual que medio siglo antes se había normalizado el uso del teléfono). Mientras los consumidores se acostumbraban a pedir productos por internet y a acceder a servicios de ayuda a través de centros de atención telefónica, los directivos empresariales empezaron a preguntarles a los jefes por qué no habían pensado en la externalización como solución para reducir costes. De forma más sutil, empezó a arraigar la idea del trabajo como algo ilimitado y «virtual». Con el aumento del uso del correo electrónico (que podía consultarse desde cualquier localización), se desmoronaban los límites fijos entre la casa y el trabajo. Y con un sistema de remuneración, y de administración, de los trabajadores cada vez más basado en los resultados, y con exigencias de «flexibilidad» cada vez más presentes en la descripción del puesto de trabajo, cada vez era menos probable que se contabilizaran las horas formalmente dedicadas al trabajo. Cada vez más, se esperaba que los jóvenes recabaran «experiencia laboral» no remunerada antes de entrar en el mercado laboral. Otros empezaron a usar internet para actividades que planeaban ambiguamente entre el «trabajo» y el «juego». Casi invisiblemente, muchos de los parámetros que habían definido el empleo en periodos anteriores se estaban disolviendo.

(Periodo 4) Se puede considerar que este periodo finalizó abruptamente con la crisis financiera global de 2007-2008. Tras esta, el panorama laboral cobró de repente un aspecto muy distinto. La combinación de unas draconianas medidas de austeridad con los niveles de desempleo más elevados desde la Gran Depresión de la década de 1930 ofrecía a los jóvenes pocas alternativas que no fueran la de aceptar cualquier cosa que se les ofreciera en el mercado laboral. Era una generación que se había criado con las TIC como parte de la vida cotidiana, tan familiarizada con las redes sociales, los juegos online y los mensajes SMS como sus abuelos lo estaban con el bolígrafo y el papel. Y, aunque el trabajo al que aspiraran fuera manual o de trato personal, se esperaba que utilizaran las TIC para tareas como rellenar formularios de solicitud y comunicarse con la empresa que los emplea. En otras palabras, las TIC se habían convertido en parte habitual del entorno de todo trabajo. La disolución de las fronteras precisas entre el trabajo y el no-trabajo, así como la erosión de las reglas formales que regían el trabajo, aunque aún no se habían generalizado a todos los trabajos existentes, prevalecían cada vez más en los de nueva creación. La difuminación de los límites entre trabajo y no-trabajo no era ya en modo alguno exclusiva del trabajo online, sino que toda una generación ya bien dispuesta a aceptar la interpenetración de la «diversión», la «educación» y los asuntos habituales de la vida virtual estaba mal preparada para rebatir todas esas desviaciones en lo que respecta a la separación entre todas esas actividades y el trabajo en otras esferas.

Después de la crisis, era como si el mundo hubiera despertado en una realidad profundamente transformada, en la que toda una serie de tendencias que ya eran evidentes, aunque no dominantes, en el periodo previo habían pasado a ser la nueva norma casi de la noche a la mañana. Las empresas transnacionales dominan el nuevo paisaje hasta un punto que no tiene precedentes. Pero ahora tales empresas difieren en varios aspectos de las de anteriores periodos. Basta con echar una ojeada a los rankings de las principales compañías del mundo para darse cuenta de cuáles son algunas de las nuevas tendencias. En primer lugar, el entorno empresarial global ya no está casi exclusivamente dominado por los Estados Unidos, Europa y Japón. Las empresas afincadas en economías anteriormente etiquetadas de en vías de desarrollo tienen un papel cada vez más destacado a la hora de perfilar los contornos de la economía global y, por lo tanto, también de los mercados globales de trabajo. Nada menos que 61 de las empresas del Fortune 500 están ahora radicadas en China.13 El ranking de Fortune 500 se basa en los ingresos, lo que podría pensarse que exagera la importancia de las empresas. No obstante, incluso en el ranking del Financial Times, elaborado a partir del valor de mercado, veintitrés de las primeras 500 compañías están afincadas en China, doce de ellas en la India, diez en Brasil, ocho en Rusia y cinco en México.14 En 2013, Forbes situó a tres empresas chinas entre las diez primeras del mundo.15

Además, muchas de esas empresas internacionales operan en áreas que antes se consideraban de ámbito nacional. Entre estas se incluyen los suministros que previamente estaban nacionalizados (como las telecomunicaciones, la energía, el agua y el servicio postal) y otros servicios públicos como la sanidad, la educación y los servicios de apoyo administrativo contratados por la administración pública. También se incluyen los medios de comunicación de masas, antes un coto reservado a las emisoras nacionales de radiotelevisión; los periódicos de escala nacional o regional, y las empresas editoriales de tamaño pequeño o mediano. Todas esas áreas, y muchas otras, incluidas las cadenas minoristas, están ahora dominadas por gigantescos conglomerados empresariales. La lista de las 500 mayores compañías del mundo de Financial Times incluye diecisiete compañías globales de telefonía móvil y quince de telefonía fija, quince gigantes corporativos de medios de comunicación, quince compañías de software e informática y once empresas de servicios sanitarios, todas ellas de ámbito global. Las empresas proveedoras de servicios externalizados o las de subcontratación de mano de obra también se han colocado en los primeros lugares. Accenture está en el número 385 de la lista de Fortune 500, y Addeco está en el 443.

Los jóvenes que entran en el mercado laboral no solo tienen muchas más posibilidades que en el pasado de verse trabajando para uno de esos gigantes globales, sino que además lo hacen en competencia directa con trabajadores de similar cualificación de todo el mundo. Independientemente de dónde se hallen, han quedado reconvertidos en parte del ejército mundial de trabajadores de reserva, al que los empresarios acceden libremente de dos maneras distintas: a través de la deslocalización o de la migración.16 El poder de negociación de estos de trabajadores frente a los empleadores está quedando dramáticamente reducido en comparación con el de sus predecesores, y su vida, tanto como trabajadores como en calidad de consumidores, está cada vez más moldeada por esas grandes empresas, a menudo de formas en las que el Estado local tiene poco poder para intervenir.


2. Transformaciones y contradicciones.

Todas estas transformaciones, por supuesto, no carecen de contradicciones. Sería demasiado simplista sugerir que existe una única tendencia universal, una carrera global hacia el abismo sin que medien tendencias contrarias. Se pueden hallar contradicciones activas en muchos niveles: entre Estados-nación, entre empresas, entre Estados y empresas, entre empresas y trabajadores, y en el seno de cada uno de esos actores colectivos. Aquí resumiré tan solo unos cuantos ejemplos.

En el plano de los gobiernos nacionales, la movilidad del capital ha introducido nuevas formas de competencia entre países para atraer inversión directa extranjera. También está claro que la internacionalización del capital y la globalización de los mercados han comportado una dramática reducción de la capacidad de cualquier gobierno nacional para ejercer los tipos de control de capitales que existían, al menos en las naciones imperialistas más poderosas, a principios del siglo XX. Me refiero con ello a cosas como las leyes antitrust que permitían a los Estados fragmentar los monopolios y a la capacidad de los gobiernos para cobrar impuestos a las grandes empresas. Desde entonces, se ha establecido un número de organismos supranacionales para gestionar la economía global, incluidas la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, junto a los órganos ejecutivos de los grandes bloques comerciales como la Unión Europea, la Zona de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA en sus siglas en inglés), la Asociación de Naciones del Asia Sudoriental (ASEAN) y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR). Todos ellos han conseguido impulsar regulaciones que obligan a la apertura de los mercados nacionales y permiten la libre circulación de capitales y propiedad intelectual, así como el comercio con bienes y servicios sociales. No obstante, todas esas instancias han fracasado estrepitosamente a la hora controlar el desarrollo de monopolios globales o de evitar que las grandes empresas transnacionales establecieran sus empresas matriz en paraísos fiscales y utilizaran la transferencia de precios y otros mecanismos para eludir el pago de impuestos en los países en los que operan. La disposición de los gobiernos nacionales a privatizar sus activos y externalizar los servicios públicos hacia empresas con ánimo de lucro ha comportado además la pérdida del control de la gestión de esos servicios estatales, lo que no solo ha permitido que las ganancias obtenidas se fuguen más allá de las fronteras nacionales, sino que también ha hecho posible que las empresas gestoras utilicen la división global del trabajo para proveerse, con la consecuente pérdida de empleo para los ciudadanos nacionales y la sangría asociada de recursos nacionales. Juntas, todas esas transformaciones están provocando una crisis de legitimidad de los gobiernos de al menos algunos Estados, en un proceso que está abriendo un espacio para demandas políticas alternativas.

En el plano empresarial, la globalización también provoca gigantescas contradicciones. La simplificación de los procesos y los procedimientos de trabajo, que ha llevado a la producción de productos altamente estandarizados en lugares con escasa reglamentación, dudosas actitudes hacia la propiedad intelectual y trabajo barato, ha abierto el acceso al mercado a nuevas empresas sin las limitaciones que imponen las cargas heredadas ni compromiso alguno con el desarrollo de nuevos productos. Esto produce un entorno competitivo en el que las ganancias es preciso arañarlas de donde sea. Aunque quizás ellas también se beneficien de la externalización de parte de su producción a talleres de explotación clandestinos, las grandes empresas están interesadas en regularlos cuando su uso conduce a este tipo de competencia barata. Así pues, para sobrevivir, estas han de proteger su propiedad intelectual e intentar desarrollar constantemente nuevos productos más complejos que no puedan ser fácilmente imitados y que puedan venderse sobre la base de que son productos de alta calidad. Para que así sea, necesitan trabajadores especializados y creativos que no solo las ayuden a innovar, sino que también sean fieles a sus empleadores. Eso, a su vez, provoca otra contradicción: aunque, por un lado, intentan disciplinar a sus trabajadores altamente especializados y creativos, extraer su propiedad intelectual, simplificar los procesos de trabajo y estandarizarlos guiados por los intereses de la «gestión del conocimiento» y la «gestión de la calidad», las empresas también necesitan mantener la motivación de sus trabajadores especializados y creativos, así como fomentar la circulación de nuevas ideas y un trabajo de alta calidad. Esto otorga a algunos trabajadores del conocimiento y a algunos obreros especializados el acceso a posiciones privilegiadas en el mercado laboral, con un cierto poder de negociación, a pesar de que haya otros que se están viendo expulsados de dichas posiciones.

Estos son, así pues, algunos de los rasgos contradictorios del nuevo panorama de enfrentamiento entre el trabajo y el capital en el siglo XXI. Espero que los escritos de esta colección no solo contribuyan a un mejor entendimiento de esta relación, sino que señalen también algunos de los modos en los que el trabajo puede mejorar su capacidad de maniobra dentro de ella e identificar nuevas vías hacia destinos alternativos.


Notas

Algunas partes de este escrito proceden de la Introducción de mi artículo: «Working Online, Living Offline: Labor in the Internet Age», Work Organisation, Labour and Globalisation, vol. 7, nº 1, 2013, pp. 1-11.

  1. El trabajo creativo se analiza más a fondo en el capítulo 5 de mi libro Labor in the Digital Economy, Monthly Review Press, Nueva York, 2014.
  2. Esta cultura de suplicar y exhibir los propios logros se comenta en el capítulo 3 de Labor in the Digital Economy.
  3. El capítulo 6 de Labor and the Digital Economy traza el desarrollo de la mercantilización de los servicios públicos y la vincula a la reestructuración global de las cadenas de valor descritas en los anteriores capítulos del libro.
  4. Sobre las cifras superior e inferior dentro de este rango, véanse, respectivamente, Bart Lanoo et al., Overview of ICT Energy Consumption, Network of Excellence in Internet Science, 2013, http://internet-science.eu, y Mark P. Mills, the Cloud Begins with Coal: Big Data, Big Networks, Big Infraestructure, Big Power, informe para la National Mining Association y la American Coalition for Clean Coal Energy, Digital Power Group, agosto de 2013, http://tech-pundit.com.
  5. La forma de generar valor en internet se comenta con mayor detalle en el capítulo 7 de Labor in the Digital Economy.
  6. Algunos de los cambios que ocurrieron a lo largo de este periodo se comentan ampliamente en el capítulo 1 de Labor in the Digital Economy.
  7. Véanse por ejemplo, respectivamente, Bob Jessop, State Theory: Putting the Capitalist State in Its Place, Polity, Cambridge, 1990; Stephen A. Marglin y Juliet B. Schor, The Golden Age of Capita-lism: Reinterpreting the Postwar Experience, Oxford University Press, Oxford: 1992; Alan Lipietz y David Macey, Mirages and Miracles: Crisis in Global Fordism, Verso, Londres, 1987, y Jean Fourastie, Les Trente Glorieuses, ou la révolution invisible de 1946 à 1975, Fayard, París, 1979.
  8. En la Unión Europea, por ejemplo, la primera Directiva sobre Servicios Públicos (90/351) eliminó las barreras de acceso al mercado de la energía, las telecomunicaciones, el transporte y el agua, y en 1992 la Directiva sobre los Servicios estableció el principio de que los servicios públicos deben ser abiertamente adquiridos en el mercado.
  9. Dave Raggett, Jenny Lam, y Ian Alexander, HTML 3: Electronic Publishing on the World Wide Web, Addison-Wesley, Boston, 1996.
  10. Algunos de esos cambios y sus implicaciones para la vida en la ciudad se examinan en el capítulo 2 de Labor and the Digital Economy.
  11. UNCTAD, World Investment Report 2004: The Shift Toward Services, UNCTAD, Nueva York y Ginebra, 2004.
  12. El capítulo 4 elabora un marco explicativo del desarrollo de esta nueva división global del trabajo basado en la economía política clásica.
  13. CNN, «Global 500», CNN Money, 30 de julio de 2013, http://money.cnn.com.
  14. «FT 500», Financial Times, 2013, http://ft.com.
  15. «World’s 500 Largest Corporations: In 2013 the Chinese Are Rising», Forbes, 17 de julio de 2013, http://forbes.com.
  16. La compleja interrelación entre la deslocalización y la migración se estudia en mi «Bridges and Barriers: Globalisation and the Mobility of Work and Workers», Work Organisation, Labour and Globalisation, vol. 6, nº 2, otoño de 2012, pp.1- 7, http://analytica.metapress.com

 


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